Esas profundidades chisporroteantes donde ya nada existe

Rigodon

Oídos sordos, hechos muchos e incontrolables, descarados a la luz de la luna, en consecuencia afecciones al son de la luz del día. De vez en cuando, entre textos sagrados “me pierdo”, atendiendo a “mí” deuda como penitente, de tal manera que acepto; pero siempre lo niego: contradicciones. Enfrento el castigo como buena profesa, fiel practicante; aunque,  ni el versículo final pareciera sanar, es abismal, gira, se revuelca, retoma, retroalimenta “me” recuerda cada uno de “mis” infames actos ¡Salvadme, libradme!

Si oyes atentamente la voz de (…) tu Dios,

y haces lo recto delante de sus ojos,

y das oído a sus mandamientos

y guardas todos sus estatutos,

ninguna enfermedad (…) te enviaré a ti.

(Ex.15;26)

Provechosa de todo suministro de vida, albores oportunos pero confusos. Tinieblas cubren este cuerpo débil alentado por todo pecado, lujuria y deseo, éstos se impregnan a cada espasmo mientras pétreos los senos “me” delatan. Aceleradas respiraciones, turbios ojos, los mismos que incitan pecaminosamente. Aquello está «vedado», ¡Bendecidme, purificadme!

El sol salía sobre la tierra,

cuando (…) se hizo llover (…)

azufre y fuego (…) desde los cielos.

(GN.19:23)

Musa de “sus” deleites, secreto infinito, sumisa ante el efímero delirio. Como serpiente “me” arrastro, gemidos estruendosos como el sonido de aquel cascabel en la punta de “mi Ser”, veneno fluido entre las piernas, cavidades de fuego, quemaduras constantes, como cada uno de “nuestros” encuentros, recaídas de este ser endeble. Adicta carnívora, cazadora de perlas de cordero, cazadora de bestias, todas ellas bicéfalas ¡Condenadme por el gozo, desterradme!

Por cuanto esto hiciste,

maldito serás entre todas las bestias

y entre todos los animales del campo;

sobre tu pecho andarás,

y polvo comerás todos los días de tu vida.

(Gn.3:14)

Incesante, a la sombra y asecho, cuan consciente del hecho; Narcisa me llamo, tan sólo cuando el río resguarda “mi” centello, fallezco cada vez que desaparezco. Pujantes voces “me” sugieren “me” convulsionan, aunadas las voces reales apuntalando (me), murmurando, mofándose. Nada (me) es suficiente, ni la conciencia, vacíos crepitan, la “nada” del “todo” para los “otros”, la nada para sí, el vuelco mismo de las constantes reflexiones: flagelantes, excitantes, dotan de vida a través del picor. Parece gustar(les), parece(me) aceptable; pues, es el “todo”, es el “mucho”, es la “mayoría” respecto a “mí” juicio individual, inquisidor personal, enemigo particular, autosaboteo. Mandamiento del “Ello” pujante, dogmático.

A los veintitrés días de ese mes;

(…) escribió conforme a todo lo que mandó

(…) según su escritura, y (…) conforme a su lengua (…)

conforme a su escritura y lengua.

(Est.8:9)

Lubricaciones corporales, la expansión de la porosidad; reproducciones escénicas de (nuestras) las tinieblas, inesperadas reacciones, espontáneas agitaciones, culposos apetitos, como carne roja, la que llaman viva, tan cruda como cada una de las incitaciones por las cuales se (me) culpa, pero aquellas que jamás habría de rechazar, acepto, cinismo, valga (me) la pena cada uno de los fustazos, de esos que hasta “tú”, a detalle, conoces.

P.A.U.