La sombra del caudillo es la gran película del cine mexicano
José Revueltas
En el actual contexto de descomposición política en donde reina la sinrazón y el autoritarismo de Enrique Peña en contra de sectores de la sociedad que, por inconformarse, son tratados dolosamente como delincuentes por el Estado, partidos políticos y medios de comunicación, las expectativas de un futuro más halagüeño se desmoronan al comprobar que las supuestas rupturas con las prácticas represivas del pasado permanecen vigentes.
En este escenario evocar a “la película maldita” del cine mexicano, La sombra del caudillo (1960) del director Julio Bracho, me resulta pertinente para poner en relevancia que el ambiente de putrefacción política en muchos sentidos permanece intacto y cómo el régimen priísta desde la soberbia e intransigencia de su condición silenció autoritariamente obras artísticas con un perfil crítico, especialmente, cuando éstas muestran con crudeza las incongruencias de un régimen corrupto, autoritario y represor.
La Sombra del Caudillo, nace como una sólida novela del dotado escritor Martín Luis Guzmán que fue publicada en Madrid, en 1929, durante el destierro del autor debido a su posición crítica a los gobiernos de Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles y por su abierta simpatía al movimiento vasconcelista. En este panorama, la novela que logró evadir los órganos censores del Estado, narra la turbia historia de la sucesión presidencial y es una abierta y aguda crítica al caudillismo represor de la segunda década del siglo XX.
Para Bracho, la adaptación fílmica de la novela La sombra del caudillo fue la culminación de un largo sueño y la materialización de una obra artística que siempre deseó en dirigir. Cabe subrayar que Julio Bracho, es uno de los directores más importantes de la cinematografía nacional, cuyas películas se convirtieron en clásicos de la época de Oro del cine mexicano como Historia de un gran amor (1942) o Distinto amanecer (1943).
Así en 1960, en un contexto triunfalista ya que se celebraban los primeros ciento cincuenta años de la independencia de México y el primer medio siglo del inicio de una revolución ambigua y poco justiciera, se produjo la cinta que contó con el aval presidencial de López Mateos; el financiamiento estatal que ofrecía el Banco Cinematográfico; el apoyo del Sindicato de Trabajadores de la Producción Cinematográfica (STPC).
El filme fue realizado en el formato de cooperativa, es decir, técnicos y actores aportaron parte de su salario para la realización de la cinta, y contó con la generosa colaboración de importantes estrellas como Tito Junco, Ignacio López Tarso, José Elías Moreno, Carlos López Moctezuma, Víctor Manuel Mendoza o Kitty de Hoyos. Había tanto optimismo que se esperaba construir un hospital para actores con los ingresos de la taquilla, ya que poco antes de su exhibición comercial, la película ganó el premio a mejor dirección y Tito Junco el de actor protagónico en el Festival de Karlovy-Vary, de Checoslovaquia,
Sin embargo, a escasos días de su estreno, las copias de la cinta fueron requisadas por órdenes de la secretaría de Gobernación encabezada por Gustavo Díaz Ordaz ya que un día antes de la exhibición de la película, la Secretaría de la Defensa Nacional dirigida por encabezada por el Gral. Agustín Olaechea, envió un escueto comunicado en el que acusó al filme de “denigrar a México y a sus instituciones”.
De esta manera, y como ha sucedido en otras oportunidades, los intereses políticos no entienden de razones artísticas y cortan de tajo cualquier expresión crítica. Y es que dentro del aparato militar del régimen, estaban insertos importantes obregonistas que vieron como una afrenta la película, por lo que el presidente López Mateos, en lugar de defender la libertad de expresión de una filme de excelente manufactura, prefirió censurarla.
Con el paso de los años, la película adquirió su carácter de “maldita” o “prohibida” y de las copias de la cinta nadie se responsabilizó de su destino. El director Julio Bracho quedó moralmente destrozado, y sumamente endeudado por los gastos que tuvo que sufragar. Martín Luis Guzmán, ya para entonces montado en la comodidad del respaldo gubernamental, nunca apoyó a Bracho, por lo que la carrera artística de este notable director de cine prácticamente declinó tristemente, hasta el día de su muerte en 1978.
Así, la película se convirtió en la leyenda negra de la censura gubernamental hasta que el 25 de octubre de 1990, en un gesto retórico de “curarse en salud”, el entonces mandatario, Carlos Salinas, sin previo aviso y con una polémica paralela ocasionada por las trabas de su gobierno a la película Rojo Amanecer, La sombra del Caudillo, se estrenó comercialmente, aunque sólo se mantuvo una semana en el cine Gabriel Figueroa. Sin embargo, el daño ya estaba hecho y lo que pudo ser “la gran película del cine mexicano”, como la calificó el excelente escritor José Revueltas, se convirtió en uno de los más penosos, absurdos y tristes casos de la censura en la historia del cine mundial.
Considero que la enseñanza principal del presente ensayo es que las lecturas de los acontecimientos no se cierran con determinadas miradas, si no que éstos deben estar abiertas a nuevos debates, a nuevas interpretaciones y representaciones de lo histórico, porque solamente la reflexión crítica de la realidad en la que estamos inmersos nos puede llevar a hacer una lectura objetiva de la misma.