En nuestro país, la concepción de la muerte como un ente al que se le rinde tributo, siempre ha estado presente bajo diferentes facetas pues bien es sabido que desde México prehispánico se organizaban una serie de rituales para rendirle culto. Posteriormente en la coyuntura de la conquista y bajo el manto del sincretismo religioso, los españoles acoplaron el día de Todos los Santos y Todas las Almas a la festividad ya tradicional que se les hacía a los dioses Mictecacihuatl y Mictlantecuhtli.
Así, para darle una significación a la muerte se estableció el altar u ofrenda como una representación simbólica que ayuda al espíritu en su viaje desde el mundo de los muertos hasta el de sus seres queridos en el mundo de los vivos, de tal modo que se convirtió en una de las tradiciones más representativas como parte de nuestra cultura e identidad mexicana. Es por ello que cada año familias, escuelas y centros de reunión social montan una ofrenda para sus difuntos donde se colocan una serie de elementos característicos de estos altares como flores de cempasúchitl (cuyo aroma característico conduce a los muertos en la transición entre ambos planos), velas y veladoras (para darle luz al camino del difunto) una fotografía del difunto (colocada en la parte más alta del altar), papel picado (representación del viento), agua (como reflejo de la pureza del alma y para que el difunto sacie su sed después del viaje), cruces (como símbolo del cristianismo), pan (como representación de la eucaristía), comida (la favorita del difunto para agradarlo en su visita) y en algunas ocasiones se completa con incienso (que purifica y limpia). Sin duda es por esta riqueza y belleza tradicional que este cúmulo de cultura ha sido reconocido por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) como Obra Maestra del Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.
Uno de los grandes ejemplos de ofrendas o mejor dicho Mega Ofrendas que se han vuelto famosas en la ciudad de México es la que desde hace dieciséis años se monta en Ciudad Universitaria a lo largo de la explanada central, donde cada año se cambia la temática de desarrollo. Este año se ha elegido realizarla en memoria de la pintora surrelista Remedios Varo: “50 años sin Remedios Varo” y la exposición se dividió en cuatro foros: Kin, Mictlan, Delubrum y Campus Santo donde se llevarán a cabo una serie de eventos culturales de diversa índole.
Pero hablemos brevemente de esta extraordinaria artista. María de los Remedios Varo Uranga nace el 16 de Diciembre en Anglés, Gerona, España. Hija de Rodrigo Varo y Zejalvo; y de Ignacia Uranga y Bergareche. Desde niña muestra gran inclinación hacia la pintura y en 1924 ingresa a la Academia de San Fernando en Madrid, misma de donde según se cuenta, Salvador Dalí fue expulsado con anterioridad de ese centro por “rebelde”.
Posteriormente se separa de su primer esposo (Gerardo Lizarraga) e ingresa al círculo surrealista de André Bretón y entabla una relación amorosa con el poeta Benjamín Péret con quien en 1941 llega a México en calidad de refugiados a causa de la invasión nazi durante el estallido de la segunda Guerra Mundial. Una vez en nuestro país se forma un amplio círculo alrededor de su persona donde destacan, Leonora Carrington, Octavio Páz, Ghünter Gerzso y otros.
En 1952 contrae matrimonio de nueva cuenta con Walter Gruen, mismo que la impulsa a concentrarse de lleno a la pintura. En 1958 – Obtiene el primer premio en el Primer Salón de la Plástica Femenina en las Galerías Excélsior y en 1963 después de pintar su último óleo “Naturaleza muerta resucitando”, fallece el 8 de Octubre.
Vemos algunos de los homenajes a su obra en esta ofrenda en Ciudad Universitaria: