“Sólo en la íntima comunión con la soledad
puede el hombre hallarse a sí mismo.
Es buena compañera, y mi arquitectura
no es para quien la tema y la rehuya”
Luis Barragán
Situada al norte de la ciudad de México, con las coordenadas 19°33´34.30 N, 99° 13`09.93 se encuentra Las Arboledas, entre los municipios de Atizapán de Zaragoza y Tlalnepantla de Baz. Esta colonia ha sido un mudo testigo del crecimiento urbano, la sobrepoblación y la transformación moderna de la Ciudad de México.
Las Arboledas, hermana menor de Barcelona, fue creada por el famoso arquitecto Luis Barragán entre 1955 y 1961. Sobre el asunto, Elena Poniatowska relata: “En 1957 planea el fraccionamiento de Las Arboledas con sus antiguos socios, los Bustamante […] En ese tiempo diseña la Plaza del Campanario y la Fuente del Bebedero, con sus grandes eucaliptos a la orilla del camino, aprovechando el camino real de entrada a la hacienda que dio acogida a este fraccionamiento. Todo el proyecto se llevó a cabo teniendo en cuenta el caballo y los jinetes para quienes estaba destinado.”[1] Es importante recordar, que Barragán utilizó cantera rosa para adoquinar la avenida principal de los jinetes, y aunque mucha de ésta no ha resistido el paso del tiempo, aún la podemos observar en los retornos así como en la zona del “Puente”.[2]
Luis Ramiro Barragán Morfín, importante arquitecto mexicano, —aunque con formación de ingeniero, dado que la arquitectura no existía como carrera en su época— nació en Jalisco y contrario al toque modernista que imprimió a sus construcciones, siempre evocó el ambiente provinciano y rural de su lugar de origen. En Las Arboledas quiso diseñar un fraccionamiento entre urbano y campestre que aprovechara el desarrollo de la Ciudad de México hacia su extremo norte. Tal desarrollo obedeció al impulso que el presidente Miguel Alemán dio a la construcción de “ciudades satélite” que pensaban servir para desahogar el aglutinamiento que ya desde entonces se vislumbraba en el Distrito Federal.
La construcción de las Torres de Satélite, junto con el arquitecto Mathias Goeritz, dio fama a Barragán quien creó un símbolo de identidad a esa zona residencial, extensivo a toda la zona norponiente de la capital. No obstante, las Torres no fueron su obra favorita, “en cambio, la palabra ‘jardines’ parece flotar siempre sobre sus labios como también se le ilumina el rostro cuando habla de San Cristóbal, una casa de Los Clubes hecha en 1967 para los Egerstrom, en colaboración con el arquitecto Andrés Casillas. Esta casa lo satisface plenamente, porque en ella ha reunido todos los elementos que ama: el agua, la fuente, el estanque, los gruesos muros pintados con colores fuertes, la tierra acre, las caballerizas, y sobre todo un muro largo y alto frente al cual forzosamente tiene que caminar el caballo como un actor que solitario atravesara el escenario a todo su ancho”[3]
Barragán además del fraccionamiento Las Arboledas diseñó el poco conocido, Los Clubes, que se sitúa en la calle de Verdín y donde se localiza la verdadera Fuente de los Amantes, así como la casa San Cristóbal, que referí anteriormente. La fuente que se encuentra frente a la Iglesia Corpus Christi es una imitación de la verdadera, a la cual ya no se tiene acceso —a menos que se le solicite al vigilante del lugar— y se comunica con la Av. San Miguel que está, justamente, detrás.
Barragán quiso aprovechar la entrada de la antigua hacienda, resguardada por los pirules y eucaliptos milenarios, para crear este conjunto que además debería estar muy relacionado con el deporte hípico que tanto disfrutaba. Aunque planeó que hubiese muchos parques y fácil acceso para los automovilistas, la intención era que dicha calzada fuese recorrida a caballo o a pie. Nunca se imaginó Barragán que la avenida estaría tan congestionada y atiborrada de comercios.
Este fraccionamiento se caracterizaba por su tranquilidad y sosiego, además de ubicarse no tan lejos del centro de la Ciudad. Hacia la década de los 60, varios terrenos y casas fueron adquiridos por la Compañía de Luz y Fuerza que los ofreció a sus trabajadores. Para cuando llegaron dichas familias, había muchos terrenos baldíos incluso dicen, los más antiguos residentes, que desde las primeras calles alcanzaban a ver el periférico y había tanta agua que la presión provocaba que las mangueras “chicotearan” si no las sujetabas con fuerza.
La calzada, además de sus árboles, estaba decorada —a todo lo largo de 2 km de longitud y a ambos lados del camellón— primero con flores de cempaxúchitl que evocaban el color oficial de Las Arboledas y luego con dalias, que dicho sea de paso, son de las más hermosas y auténticas flores mexicanas. De la misma forma, y para satisfacción de los primeros habitantes se diseñó un centro comercial, donde había cinco construcciones circulares que simbolizaban los aros olímpicos —o al menos eso se dice— por lo que debieron ser construidos cuando México fue elegido como sede de los Juegos Olímpicos, ya que varios residentes los recuerdan desde 1965. A este espacio comercial se le denominaba “Las Bolas”.
Poco a poco la colonia fue poblada por migrantes de diversas zonas del Distrito Federal, la primera gran migración hacia la colonia fue de ciudadanos provenientes de Narvarte, la colonia del Valle, la Roma, Tacubaya, etc. quienes disfrutaban la tranquilidad de una ciudad que aún era campestre y luego hubo una segunda migración, tras el terremoto de 1985. Hacia los años sesenta, el límite del D.F. era cuatro caminos, donde se ubicaba el afamado “Cinturón del vicio” y que se hallaba poblado de cabaretuchos y antros de baja estofa. Los residentes tenían que esperar mucho tiempo para trasladarse a la ciudad, pues el transporte público era escaso, y el vehículo se hizo sumamente necesario, los autobuses pasaban cada dos horas.
Otrora los vecinos organizaban misa todos los domingos, días de campo, kermesses, juegos de tenis en el Bebedero y los niños se divertían yendo al río San Javier a cazar chichicuilotes, antes de que éste fuese convertido en depositario de aguas negras. Por aquellos años también se formó el primer grupo Scout que encontró un terreno propicio para organizar sus aventuras. Desde su inicio y hasta la fecha, El Bebedero ha sido lugar predilecto para los corredores, quienes anualmente organizan la famosa carrera de Las Arboledas. La modernidad y su dialéctica constructivo-destructiva poco a poco fueron acabando con aquella tranquilidad bucólica que se respiraba en la zona. Esto es un signo de nuestros tiempos, baste leer a James Merrill refiriéndose a Nueva York:
“Al salir de paseo después de una semana en cama, los encuentro demoliendo parte de mi manzana y, completamente helado, aturdido y solitario, me uno a la docena de personas que, en actitud humilde, observan a la enorme grúa hurgar voluptuosamente en la mugre de años […] Como de costumbre en Nueva York, todo se derriba antes que hayas tenido tiempo de tomarle cariño […] Se podría pensar que el simple hecho de haber durado amenaza a nuestras ciudades como fuegos misteriosos” James Merril, An urban convalescence[4]
De la misma forma que otras colonias capitalinas, los residentes de Las Arboledas han visto cómo se transforma todo el entorno, cada día más abarrotado de comercios y edificios que rompen con el esquema del plan original. Parece que nada se puede hacer para combatir la vorágine modernizadora que ahora ha poblado este fraccionamiento. Es cierto que los comercios revitalizan la zona, sin embargo, la nostalgia por aquel bucólico y sencillo fraccionamiento no es suficiente para abatir el influjo moderno, donde lo único posible es recordar…
[1] Poniatowska, Elena, Todo México, México, Diana, 1990. t. 1
[2] Dicha cantera rosa es similar a la utilizada en las “Ramblas” de Barcelona, por ello es que Las Arboledas se le considera como hermana menor.
[3] Poniatowksa, Elena, op cit.,
[4] Berman, Marshall, Todo lo sólido se desvanece en el aire: La experiencia de la Modernidad, México, Siglo XXI, 15ª ed. en español, 2004.