Jorge Alberto Rivero Mora[1]
La ideología de la revolución mexicana
se puede escribir en el puño de una camisa
Jorge Ibargüengoitia
En la historiografía mexicana la revolución de 1910 ha ocupado un lugar privilegiado en los debates académicos, no sólo por el número de trabajos realizados en su nombre, sino también por las diferentes maneras de interpretarla. Así, desde la historia oficial ―con motivaciones políticas más que históricas― durante gran parte del siglo XX se construyó la muy falaz imagen de una revolución triunfante, de una magna y épica epopeya popular que ayudó a la legitimación ideológica de los gobiernos priístas.
Sin embargo más allá de estas posiciones laudatorias, desde los años cuarenta ya había voces críticas como las de Daniel Cosío Villegas o Manuel Moreno Sánchez, que cuestionaron los resultados de la revolución mexicana.
En esta dirección en el ámbito académico a finales de la convulsa década de los sesenta emergió una corriente denominada revisionista que demandó una reinterpretación más amplia y menos complaciente.
Con el paso de los años, la llegada al poder de la clase tecnócrata significó, no sólo la instauración de un modelo económico neoliberal injusto y que ha demostrado su permanente fracaso durante tres décadas, sino que este esquema absurdo se ha consolidado en la incompetencia y corrupción de los gobiernos federales ―priístas o panistas― que dejaron atrás a la revolución mexicana como discurso legitimador del Estado.
Por lo antes descrito, es notable la relevancia coyuntural, discursiva e ideológica que la revolución mexicana entrañó durante el siglo XX, en diversos horizontes ―político, económico, histórico, sociológico, historiográfico, literario o cinematográfico, Y precisamente en el universo fílmico nacional, la revolución mexicana fue el tema central de numerosas películas en que se vanaglorió y en muy pocos casos se criticó, de manera inteligente.
Sin embargo, destaco el caso sobresaliente de la loable película Las fuerzas vivas (1975), del director hispano, Luis Alcoriza, quien desde el terreno de la ficción cinematográfica desacralizó con humor e inteligencia a la revolución mexicana, ya que el director supo cuestionar con todas sus flaquezas a acontecimientos históricos investidos de una impostada aura.[2]
Filmada en 1975 y con una narrativa anti solemne muy al estilo de la novela Los relámpagos de agosto (1965) del gran escritor Jorge Ibargüengoitia, Las fuerzas vivas, fue una singular apuesta del director, Luis Alcoriza (1918-1992) –quien aprovechó la apertura del gobierno de Luis Echeverría en materia cinematográfica―.
Cabe señalar que Alcoriza tenía un sólido historial fílmico, ya fuera como colaborador cercano de Luis Buñuel (lo que injustamente lo estigmatizó como “el discípulo de Buñuel”) o como un muy dotado director cuya obra cinematográfica contaba con películas muy relevantes como Tlayucan (1962); Tiburoneros (1963) o Mecánica Nacional (1972). En dichas obras Alcoriza elaboró un cine de denuncia de las conductas morales de una sociedad insincera ya fuera en los ámbitos rural, costero o urbano.
De manera sucinta, la película Las fuerzas vivas aborda ―divertida y críticamente― y Alcoriza toma como pretexto a la revolución para desprenderla de su exagerada veneración y para mostrar el comportamiento errático de los sectores más visibles de un pueblo: los porfiristas (sacerdote, comerciantes, gobernantes y jueces) versus los revolucionarios (maestro del pueblo y diversos personajes de las clases bajas de la comunidad).
Con un muy destacable elenco en el que sobresale David Reynoso, Víctor Junco, Héctor Lechuga, Héctor Suárez y Héctor Ortega, la película ilustra de manera ácida cómo procesos tan complejos como la revolución no lo son tanto y que muchos de los sectores de la sociedad, lejos de adherirse a una causa o bandera ideológica, meramente se adaptan pragmáticamente a las circunstancias.
En este contexto, la película que si bien se mueve en el terreno de la ficción, el filme jocosamente desacraliza a la revolución haciendo mofa de discursos patrioteros o sentimentaloides. Es así que a lo largo de la película se van gestando una serie de situaciones chuscas, ineptitudes, traiciones y “chaquetazos” de los dos bandos en disputa (conservadores versus liberales).
En resumen, Alcoriza desde la honestidad que su sentido ético del humor permite, reconstruye un pasado reciente hecho de bronce pero en el que sus protagonistas sacan el cobre cada que pueden y nos muestra hasta qué punto la temporalidad es tan relativa, ya que los políticos mexicanos ―más allá de los contextos históricos en que se desenvuelven― reproducen patrones de conducta similares: ya fuera en 1910, época en que está ambientada la película; o 1965, año en que Alcoriza exhibe su cinta o a finales de 2013, fecha en que realicé este análisis crítico a una película sumamente recomendable.
Esta película puede apreciarse en:
[1] Una versión pormenorizada del presente ensayo puede hallarse en Jorge Alberto Rivero Mora “Las fuerza vivas: la revolución mexicana hecha parodia” en Gloria Villegas et. al., en Caleidoscopio Revolucionario. Miradas y estudios en torno a la Revolución Mexicana, México, BUAP e Instituto Municipal de Arte y Cultura de Puebla, 2012, pp. 277-286.
[2] Ficha Técnica: Las fuerzas vivas; Dirección: Luis Alcoriza; Producción: Fernando Chávez Roa Huerta y Jaime Alfaro; Guión: Luis Alcoriza y Juan de la Cabada, Música: Rubén Fuentes; Fotografía: Rosalío Solano (Color); Reparto: David Reynoso, Héctor Lechuga, Héctor Ortega, Carmen Salinas, Héctor Suárez, Manuel Medel Carlos López Moctezuma; País: México; Año: 1975; Género: Sátira política; Duración: 103 minutos.