“¿Ha disminuido el hábito de la lectura? Tal vez sí, y uso el tal vez porque según mi experiencia, antes tampoco se leía mucho” Carlos Monsiváis.
Hablar de “La lectura en México” es inmiscuirse en un terreno movedizo, inseguro y peligroso, pues resulta ser un tema que ha cobrado mucho auge dentro de los círculos de los “ilustrados” así como de los que no lo somos tanto…
Que en México no se lea ya no es un secreto. Estamos conscientes – aunque no se tengan estadísticas a la mano- de que a nivel internacional, el país está cubierto de vergüenza ante su inapetencia lectora, y es que basta con hacernos una breve pero certera pregunta: ¿Cuántos libros leo al año? Nuestra respuesta, sin duda nos llevara a una profunda reflexión acerca de sí seremos los únicos en esta situación y de por qué nos encontramos en ella.
Por otro lado, aquéllos encargados de la elaboración de políticas en materia educativa tienen por consecuencia, la consigna de formular planes y estrategias de fomento y promoción de la lectura, para lo cual tienen que tomar en cuenta las diversas mecánicas y factores sociales, económicos y culturales que determinan las condiciones de vida de la población y, por ende, su capacidad de ser partícipes de dichos programas.
Sin embargo, aun sabiendo el problema en el que estamos sumergidos, seguimos sin salir de él ¿Por qué? Nadie sabe. Con la finalidad de conocer la situación actual del mexicano respecto al hábito de la lectura, en la última década se han realizado estudios y estadísticas pues después de años de invertir en ferias, campañas y programas educativos, lo lógico hubiese sido un resultado favorable en incremento en el consumo y el amor a la literatura. Pero, aunque usted no lo crea (o quiera resistirse a creerlo) los resultados muestran tan sólo lo evidente y confirman lo que todos ya sabíamos: los índices de lectura se encuentran por los suelos.
Por cuenta mía puedo decir que por experiencia como estudiante y como recién ingresada en el campo docente, he confirmado el poco interés que existe en los mexicanos para la lectura. Pero la intriga de qué es lo que crea ese terror hacia esta actividad y de por qué nadie lee es lo dilucidaremos lenta y cuidadosamente a lo largo de las entregas subsecuentes.
De igual manera, tal y como mi instinto lo dicta, éste es un problema, ya no de interés público, sino de emergencia nacional, es decir, resulta que está probado que la lectura es directamente proporcional al incremento de la cultura personal y a la generación de múltiples beneficios tanto individuales como colectivos. José Martí decía que la cultura conduce a la libertad, por lo tanto, si no leemos, no generamos cultura y si no hay cultura, no somos libres. Nos volvemos propensos a continuos ataques intelectuales que pretenden culminar (si no es que ya se ha hecho) en una conquista ideológica.
Ahora bien, cómo sujetos formados a partir de diversas estructuras –sociales- elaboramos una amalgama de todas las influencias externas a nuestra persona que conforman una “fachada” o una identidad propia –aunque no exclusiva – que se encuentra en perpetua construcción. Es lógico entonces, dar por sentado que si todas las relaciones sociales que entablamos en nuestra vida construyen nuestra identidad; el lenguaje será fundamental para la configuración de nuestra identidad como individuos dentro de un grupo social, porque ayuda a dar significación al mundo que nos rodea, es decir, afianza la cultura de nuestra comunidad.
Con base en lo anterior enfrentarnos a un libro no sólo implica la actividad de desplazar los ojos por las letras y palabras contenidas en la página, sino de comprender el contenido de cada palabra para aprehender el sentido y la esencia del autor y de su obra. ¿Para qué? Para la construcción y reconstrucción de una realidad que va más allá de la propia; para la reafirmación de nuestra personalidad y para dejar abierta la posibilidad de volverla paradigmática; para nutrir la mente, las emociones y la vida; para encontrar empatía y afinidad humana, incluso a través de barreras como el tiempo y espacio; para ver el mundo con otros ojos y desde otra perspectiva.
Leer es “vivir” a los inmortales y conjuntarlos a nuestra mortalidad. Es un derecho y no una obligación. Es la flama de esperanza en un mundo dónde la insoportable levedad del ser nos ha carcomido, envuelto y hundido en una ola de patológica desidia y depresión crónica.
Pero entonces, ¿Por qué si el libro siempre ha traído la consigna de ser el libertador por excelencia, es tan repudiado dentro de nuestra sociedad?, ¿En quién recae la culpa de generar esta dinámica? Y una vez sabiendo esto ¿en qué se beneficiaría el o los organizadores misteriosos de tal “oscurantismo”? Nuestra labor será entonces, sumergirnos en este mundo de estadísticas y marcos cualitativos que puedan mostrarnos una posible respuesta a estas interrogantes.