Patria: tu superficie es el maíz,
tus minas el palacio del Rey de Oros,
y tu cielo, las garzas en desliz
y el relámpago verde de los loros.
El Niño Dios te escrituró un establo
y los veneros del petróleo el diablo.
RAMÓN LÓPEZ VELARDE
Hoy más que nunca se hace necesario e imprescindible para todos los mexicanos, mirar esta película dirigida por Roberto Gavaldón hacia 1961: La Rosa Blanca, basada en un cuento de B. Traven, cuyo argumento fue adaptado por la célebre pluma de Emilio Carballido junto con el propio Gavaldón y Phil Stevenson, y que denuncia claramente los abusos de las compañías extranjeras con respecto a la explotación de los recursos del subsuelo mexicano, en tiempos previos a la expropiación petrolera. La película se sitúa en el año de 1937 y dada la naturaleza de su denuncia hacia las prácticas infames de las compañías petroleras, así como por el miedo a ofender a los ciudadanos norteamericanos, fue enlatada durante once años y sólo se exhibió hasta 1972.
En esta película se muestra el escenario previo a la expropiación petrolera realizada por el presidente Lázaro Cárdenas hacia 1938. Donde los empresarios norteamericanos cometían una serie de abusos y atropellos con tal de estirar al máximo sus beneficios, sin importar pasar por encima de la población, donde además se refleja claramente, la ley de la selva o la supervivencia del más fuerte en este proceso de modernización que acompaña al capitalismo.
La película refleja esta lucha constante entre la modernidad y la tradición, donde un ciudadano mexicano se niega a vender su propiedad a las compañías extranjeras; la mala fortuna de este ciudadano es que su propiedad se encuentra en medio de los territorios ya explotados por la compañía Condor quien a través de sus agentes, no logra convencer a este sencillo propietario de vender, ni ofreciéndole todo el oro del mundo.
Es muy significativa la postura de Don Jacinto Yáñez, el propietario —interpretado magistralmente por Ignacio López Tarso— quien en un célebre parlamento le explica a uno de los agentes:
“No puedo vender estas tierras porque uno de estos días cuando me muera, voy a reunirme con mis padres y me van a pedir cuentas de lo que haya hecho y haya sembrado para los que vienen después de mí y yo no voy a resultarles con que he vendido nuestra tierra”
El lazo entre el hombre y su tierra es un elemento característico de la cultura rural, la tierra es la liga con los ancestros, con la tradición y el personaje ni siquiera tiene un conflicto interno pues para él, el dinero no vale todo lo que su tierra —junto con sus frutos, sus maizales y sus huertos— le puede ofrecer. Don Jacinto Yáñez es un hombre sencillo, arraigado a este vínculo con la tierra que por nada va a romper:
— ¿Para qué quiero un automóvil licenciado?
— Con un carro puede usted llegar a Tuxpan en media hora
— Cuando voy a Tuxpan licenciado, me levanto temprano para ver por el camino salir el sol, me gusta ver cómo crece el máiz y cómo va la caña y cómo han floreado los matorrales o me detengo un rato y pesco una buena tortuga en la laguna, siempre llego a Tuxpan a muy buena hora así es que mire usted todo lo que yo me perdería con un automóvil…
Estos valores chocan con las nociones de modernidad y progreso, donde el empeño es convencer al campesino de transformar su tierra en un pozo de extracción y convertir ese entorno bucólico de maizales y palmeras en una zona industrial donde los campesinos se transformen en obreros y las rosas blancas que crecen en los campos sean teñidas por la valiosa sustancia negra y contaminante. La fotografía de Gabriel Figueroa se hace presente en el film al mostrar esos contrastes entre lo blanco de las rosas y lo negro del petróleo para resaltar la narrativa y la tensión entre la modernidad y la tradición.
Aunque los empresarios se salen con la suya, evidentemente por caminos ajenos totalmente a la ley, la película tiene un final feliz y emotivo. El año de 1938, luego de revisar los abusos y denuncias de las compañías petroleras, el presidente Lázaro Cárdenas lanza el Edicto de Nacionalización de los pozos petroleros y con ello consumó uno de los mayores logros, en materia económica, de la historia nacional. Vale la pena mirar las escenas donde la ciudadanía jubilosa cooperó para pagar las indemnizaciones que exigían las compañías petroleras, donde se muestra un pueblo solidario y comprometido.
Es lamentable que, en este contexto, tantos años después, la sociedad se muestre tan polarizada y tan poco responsable ante el entorno de una reforma energética que, precisamente, echa hacia atrás el logro del presidente Lázaro Cárdenas. Muy lamentable que a 75 años de la expropiación, la sociedad mexicana olvide esos abusos y el infame comportamiento de las compañías extranjeras. Es cierto que los contextos han cambiado, que PEMEX se convirtió en la caja chica del gobierno y que innumerables expresidentes se enriquecieron con ello, y aunque sí era necesaria una reforma interna de la institución creo que dicha reforma tendría que haber caminado en beneficio de todos los mexicanos y no para revertir la autonomía en el manejo de los recursos de nuestro subsuelo.
Hoy como nunca, las palabras de Don Bruno Traven repercuten en la cabeza: “Y, además, ¡qué nos importan los hombres! Lo único que cuenta es el petróleo. Sí, el petróleo. ¡Gracias, Señor, por tu infinita bondad! Amén”. En este lamentable entorno, donde el olvido le gana el paso a la memoria, se hace muy importante volver a ver esta excelente película: La Rosa Blanca.