Jorge Alberto Rivero Mora
Cierto que cuando aprendí que la vida iba en serio
quise quemarla deprisa jugando con fuego,
y me abrasé defendiendo mi propio criterio
porque vivir era más que unas reglas en juego
(Me va la vida en ello) Luis Eduardo Aute
En 1950, el genial Luis Buñuel, filmó Los Olvidados, una de las máximas joyas de la cinematografía mundial y en dicha cinta, el director hispano mostró con crudeza cómo en el espejismo de la abundancia alemanista, los jóvenes marginales tenían que delinquir e incluso matar para sobrevivir en un régimen político que los segregaba. Hoy en día la situación no es tan diferente a la que planteaba Buñuel en la segunda mitad del siglo XX y es por ello que me interesa reflexionar en torno a la participación de los jóvenes como un sector heterogéneo y contradictorio, en un horizonte en que es palpable el desapego y desinterés del Estado (y sus instituciones) hacia este grupo mayoritario.
Analizar a la población juvenil de nuestro país (18 a 30 años de edad), implica reflexionar en torno a un nutrido grupo social con un cúmulo de problemáticas crecientes; con necesidades insatisfechas y con un notorio desencanto; que viven en una lógica marcada por la competencia, el egoísmo, la inseguridad, la violencia, y la ausencia de oportunidades; con un escenario en que el tejido social se fractura al no encontrar canales de participación; con modos de identidad que se resignifican para evadir, agredir o resistir a un sistema que los excluye; que acumulan y desechan información sin reflexionarla; que construyen expresiones y prácticas culturales diversas que son ignoradas, incomprendidas y a veces temidas. Y sin embargo, en mi opinión, los jóvenes son la opción más óptima de cambio de un país al que le urgen transformaciones de fondo.[1]
Actualmente, el regreso del PRI al poder federal y su terquedad de aplicar a ultranza un pernicioso modelo neoliberal que frena las posibilidades de desarrollo de los jóvenes y los hunde en la desesperanza, mucho de estos jóvenes al no encontrar respuestas en la construcción de su porvenir ―hostil, adverso y excluyente― prefieren tomar otros caminos, ya sea desde el trabajo informal o ambulantaje, o desde el terreno de la ilegalidad y la delincuencia.
Vale recordar que los jóvenes no son un sector social homogéneo ni en sus contextos sociales, ni en sus preocupaciones y expectativas de vida. De este modo, a diferencia del pasado ―cuando los jóvenes vivían esta etapa de su vida como una especie de estado preadulto en el que reproducían mecánicamente los hábitos de los padres― hoy en día la juventud se ve a sí misma con dudas e incertidumbres aunque con la convicción de no querer repetir los modelos de sus progenitores, aunque también con cierta orfandad ideológica
Resulta importante señalar que a los jóvenes hay que situarlos históricamente a fin de comprender las circunstancias individuales y colectivas en las que están inmersos. Hoy en día los jóvenes trabajan, estudian o se identifican con algunas causas, pero su proceso identitario ya no sólo pasa por la escuela, el trabajo o los organismos políticos, ahora su identidad la construyen en otros espacios y otras prácticas culturales en que se expresan.
Por ello, más que juzgar a los jóvenes de modo intolerante, hay que reflexionar sus actitudes, conductas e identidades, en un contexto laboral y educativo intimidante, competitivo y desalentador; en un escenario en donde el poder e impunidad de los medios de comunicación y de los grupos empresariales, dictan los modos de vida y los hábitos de consumo a través de las falaces imágenes “de lo juvenil”, de lo in, lo out o lo cool, lo cual desalienta e inhibe la creatividad, la imaginación y la participación.
La investigadora Rossana Reguillo, asevera que para un gran porcentaje de jóvenes el futuro simplemente no existe, ya que su presente tiende a volverse denso, incierto y caótico, y es que a diferencia de generaciones pasadas a los jóvenes ya no les interesa transformar su realidad sino sobrevivir a la misma. Desde una actitud pragmática han hecho a un lado sus principios e ideales y sus planes se reducen a encontrar un empleo que los satisfaga, un lugar donde habitar y dinero suficiente para sobrevivir, para así romper definitivamente el largo lazo de dependencia con los padres.[2]
Si bien coincido en algunos puntos con Reguillo, me parece demasiado exagerado su diagnóstico porque si bien entre los jóvenes las utopías revolucionarias de la década de los sesenta se han guardado en el desván de los recuerdos, no con ello los jóvenes dejan de mostrar su enojo y frustración para salir avantes de un modelo que los relega y en el que sus esperanzas, miedos, alegrías y tristezas conviven y se entremezclan.
En este sentido, el papel que juega el Estado y las instituciones que lo sustentan es decepcionante: hablan y construyen un discurso hacia los jóvenes a través de engañosos programas “diseñados” para atender sus necesidades. Sin embargo, creo que estas políticas públicas pretenden homogeneizar a la población joven por lo que diluyen de modo arbitrario diferencias ideológicas, de género o preferencia sexual y por consiguiente funcionan como mecanismos de control social, lo anterior en un ambiente autoritario de criminalización de la protesta social que han promovido el gobierno federal y el Jefe de Gobierno del Distrito Federal.
Si de verdad queremos mirar a los jóvenes como ciudadanos con derechos y obligaciones, como sujetos relevantes en la construcción de un país distinto, entonces tiene que cambiar la relación del Estado y sus anómalas instituciones, reconociéndolos como auténticos interlocutores y de esta manera tomarlos en cuenta en la toma de decisiones públicas, privilegiando el respeto a su capacidad de elegir y decidir qué hacer con sus vida y con sus cuerpos y respetando su diversas prácticas culturales.
En este contexto, hay una idea predominante que se ha vuelto un lugar común respecto a que los jóvenes son apáticos respecto a la política y que no les preocupan los grandes temas nacionales. Sin embargo, al escucharlos, afirmo categóricamente que los jóvenes no evidencian apatía o desinterés por su entorno, sino una marcada desconfianza hacia la arena política de este país (tanto sus actores como instituciones).
Hoy en día la amarga realidad que padecemos hacen menos halagüeño el porvenir: niveles de violencia e inseguridad alarmantes; instituciones disfuncionales; políticos corruptos e ineptos en todos los partidos; gobernadores que derrochan millones de pesos en construir imágenes falaces; con un proyecto de nación ausente y que solamente sigue los dictados neoliberales del Fondo Monetario Internacional (FMI) o el Banco Mundial…
En fin, son numerosos los yerros que saltan a la vista y que sin duda han alejado a los jóvenes de la arena política en pos de las reivindicaciones a las que tienen derecho (derecho a la educación gratuita, a la salud, al trabajo, a la cultura, a la vivienda, etcétera). Se dice con insistencia que los jóvenes son el futuro de México, pero se nos olvida que también son el presente. Por esta razón es necesario involucrar a este importante sector a asumir el papel protagónico que le corresponde. Así, este trabajo no se asume como el punto final de una interesante temática, sino como un espacio abierto al diálogo.
[1] Al respecto, revísese el número 109, dedicado a la juventud de nuestro país en El Cotidiano, México, UAM-Azcapotzalco, Septiembre-octubre de 2001.
[2] Rossana Reguillo, “La gestión del futuro”, en JOVENes, Revista de Estudios sobre Juventud, México D.F., Año 5, Núm.15, Septiembre-diciembre de 2001, pp. 2-25.