Jorge Alberto Rivero Mora
El amor es una enfermedad en un mundo en que lo único natural es el odio
José Emilio Pacheco (Las batallas en el desierto)
Contrario a otros compañeros de mi generación que gestaron su gusto por la literatura a través de la obra de Juan Rulfo, Gabriel García Márquez o Carlos Fuentes, mi primer acercamiento a esta bella arte fue con José Emilio Pacheco (1939-2014). Y es que en algún momento de mi niñez llegó a mis manos una revista Proceso y recuerdo que leí y me atrapó su ahora legendaria columna Inventario, que don José Emilio siempre firmó con sus iniciales JEP, es decir, con la sencillez extraordinaria que siempre lo destacó y cómo aún distingue a su querida y admirada viuda, la escritora y periodista Cristina Pacheco.
A la par de disfrutar de su enorme destreza literaria, pude saber que Don José Emilio, además de un lúcido ensayista, era traductor, novelista, cuentista y poeta (recuerdo que su poema Alta Traición, fue una verdadera revelación para quien esto escribe sobre el complejo tema de la identidad nacional).
“La memoria es el único paraíso del que no podemos ser expulsados», decía con certeza el poeta alemán Johann Paul Richter, y evocar a Don José Emilio, además de recordar su magna obra literaria (sus libros, sus colaboraciones en el mítico Excélsior de Julio Scherer o en el semanario Proceso) es subrayar su gran sensibilidad, erudición, bonhomía, generosidad y humildad, así como su afinidad a las causas más justas y oposición a las hechos oprobiosos.
Pero un dato poco conocido es su participación en el terreno cinematográfico como guionista en las mejores películas de Arturo Ripstein: El castillo de la Pureza (1972), El Santo oficio (1973) Foxtrot (1975); El palacio negro/Lecumberri (1976) y El lugar sin límites (1977). En dichos filmes, Pacheco muestra su pericia como guionista ya que dota de gran credibilidad a estas importantes obras que con el paso de los años se convirtieron en clásicos del cine nacional.
En este tenor, existen obras de distinto género y formato que pueden vincularse a un concepto llamado trasvase cultural, que alude a cómo ciertas creaciones artísticas pueden ser representadas y resignificadas desde diferentes horizontes de enunciación, por ejemplo, obras literarias que son adaptadas al terreno cinematográfico, al espacio musical o al escenario teatral
Precisamente la obra literaria más popular de José Emilio Pacheco, Las batallas en el desierto (1981), es un ejemplo magnífico de trasvase cultural ya que este célebre texto con el paso de los años ha sido representada desde diferentes horizontes, ya sea desde el ámbito cinematográfico con el filme de Alberto Isaac, Mariana, Mariana (1987); desde el espacio musical, con la famosa canción Las batallas (1992) del grupo Café Tacvba (que sin duda ayudó a popularizar entre los jóvenes la obra de Pacheco como el propio escritor reconoció) e incluso también desde el terreno teatral.
Para el presente artículo, quiero detenerme en la producción fílmica mexicana de 1987, Mariana, Mariana, cuyo guion ―elaborado por el experimentado escritor Vicente Leñero― se basó en la novela La batallas en el desierto de José Emilio Pacheco. La película fue dirigida por el entonces director del IMCINE, Alberto Isaac, quien en esa época estabas más identificado con el funcionario público del final de su vida, que al innovador cineasta y caricaturista de sus inicios.
Un dato importante, desde su origen la película tuvo la irreparable pérdida del notable y tristemente casi desconocido director mexicano, José “El Perro” Estrada ―un destacado cineasta digno de revaloración y que dotó al cine mexicano de un importante legado fílmico con cintas como Cayó de la gloria el diablo (1971), El profeta Mimi (1972) o Maten al Léon (1975)―. Estrada sería el director encargado del filme, pero a escasos dos días de iniciar el rodaje murió de un infarto al corazón.[1]
La muerte de Estrada fue un golpe fuerte a la película ya que Alberto Isaac nunca encontró el tono narrativo ameno, crítico y conmovedor de La batallas en el desierto, lo que dio como resultado que Mariana, Mariana sea una película fría, en ocasiones aburrida, cuyo mayor mérito es la atinada ambientación y recreación de una época pérdida que retrata con fidelidad la belleza de la colonia Roma de la ciudad de México.
Mariana Mariana, es un referente cinematográfico que ilustra no solo la añoranza de una ciudad de México habitable y confortable en el periodo alemanista, sino el escenario de una de las historias de amor más transparentes, puras y más queridas por las nuevas generaciones que en algún momento se identificaron con el protagonista Carlitos, quien se obsesiona de un imposible
Quiero puntualizar que en mi labor de profesor de la carrera de historia, continuamente existe un absurdo y estéril debate respecto a si una obra literaria puede ser una fuente idónea para el quehacer histórico e historiográfico, y con frecuencia, los estudiantes interesados en el análisis de un texto inscrito en el terreno de la ficción, son obstaculizados por mentes cerradas que no se percatan que cualquier expresión de la realidad puede ser examinada y problematizada desde el terreno de la historia.
En el caso de Las batallas en el desierto, la excelente novela de José Emilio Pacheco, trasciende con creces el terreno de la ficción, y describe con maestría el particular contexto sociohistórico del alemanismo, con todo el proceso de americanización de la vida cotidiana en México (lenguaje, moda, aparatos electricos); la consolidación del régimen revolucionario, corrupto y autoritario, basado en el presidencialismo, tráfico de influencias y beneficios particulares (“Ali Baba y los cuarenta ladrones” se le decía popularmente a Miguel Alemán y su gabinete).
En este sentido, Pacheco construye una imperecedera historia de amor de un niño por una mujer mayor y en su particular narración, retoma muchas de sus propias vivencias de infancia (la colonia Roma o “las batallas en el desierto”) para retratar el tránsito del México rural al urbano, el marcado conservadurismo de la segunda mitad del siglo XX; la americanización como transculturación que define los nuevos modos de vida; y la consolidación del régimen priísta cuyo vicios se acentuarán con los años.
La película, si bien cuenta con una loable recreación de la época; un importante cuadro de actores y actrices ―en el que destacan Pedro Armendáriz Jr., Luis Mario Quiroz, Aarón Hernán, Elizabeth Aguilar y Saby Kamalich― cuyas interpretaciones si no magistrales, sí resultan verosímiles, la película lamentablemente se queda corta del universo planteado por la obra literaria y no captura la magia que irradia el texto.
Más allá de esta circunstancia, el mejor homenaje que puede brindarse a un escritor de la talla y trascendencia de Don José Emilio Pacheco, es volver a su vasta obra y a las distintas expresiones y representaciones de la misma (y esta es la invitación que hago a los amables lectores del presente artículo) y de este modo se pueda disfrutar de la genialidad literaria de Don José Emilio, así su lúcida descripción de una realidad cultural, social y política de un México que tanto veneró el querido escritor mexicano.
[1] José El perro Estrada es el padre de Luis Estrada, director mexicano de la famosa trilogía La ley de Herodes (1999), Un mundo maravilloso (2006) y El Infierno (2010).