Jorge Alberto Rivero Mora

No sé si la modernidad es una bendición, una maldición o las dos cosas.

Sé que es un destino: si México quiere ser tendrá que ser moderno

Octavio Paz

Históricamente la modernidad –al igual que las concepciones de moderno o modernización– es una noción utilizada con profusión y con diversas intenciones en distintos horizontes: político, histórico, sociológico e historiográfico. Este uso repetido, esta prodigalidad de sentidos, ha provocado su desgaste semántico y, en muchos sentidos, se ha vuelto insustancial. Por ello, quiero reflexionar a dicha categoría para comprender su contenido real y sus distintas significaciones.[1]

Desde finales del siglo XIX a la fecha, en nuestro país ha sido recurrente el uso ambiguo y demagógico que los representantes del sistema político mexicano le han otorgado a las categorías de modernidad y modernización para legitimar sus muchas veces fraudulentas prácticas. Ahora bien, ¿Cómo ponderar a la categoría de modernidad? ¿Cómo asir lo inasible o cómo aprehender lo difuso sí, como dijo Carlos Marx, “todo lo sólido se desvanece en el aire”?

Para analizar este problema, grosso modo, podemos decir que la modernidad es un término multidimensional que tiene más de una interpretación o uso y, por ende, puede analizarse desde diferentes enfoques.[2] En este panorama, esta acepción tiene valoraciones diversas que otros estudiosos en el tema también han recuperado y analizado en sus respectivos trabajos: Marshall Berman, Jürgen Habermas, Anthony Giddens, Alaín Touraine o Horst Kurnitzky.[3]

La noción de modernidad puede analizarse desde varias perspectivas: se puede apreciar como un proyecto, pero también como una pauta para evaluar logros; si bien encierra en su contenido y en su uso la presencia de contextos específicos la modernidad no debe reducirse meramente como una época específica; si bien alude al tránsito a otro periodo más desarrollado, puede explorarse también como ideología y, sobre todo, como problemática.

La modernidad, por lo tanto, es un concepto inacabado que constantemente se innova, ya que lo que un momento puede ser “moderno” más adelante será rebasado. Esta continua renovación del término, así como su ambigüedad, también se aplica a otros conceptos cercanos pero con un significado diferente: progreso, desarrollo o modernización, que también hacen referencia a una forma particular del tiempo histórico y a un particular uso discursivo.

Aquí un paréntesis para ahondar en lo antes citado: por modernización, aludimos toda forma de apertura y tolerancia; es decir, un proceso que pugna por eliminar barreras que impiden que una sociedad sea más abierta en los ámbitos económico, cultural o político. Por su parte, en el siglo XIX, con la aparición de movimientos artísticos de vanguardia, el adjetivo moderno amplía su dimensión y surge el Modernismo, que designa al movimiento cultural de crítica y oposición a lo establecido en diversas actividades vinculadas al arte.

Octavio Paz

Pero volviendo, a nuestro tema central durante gran parte del siglo XX, la modernidad mexicana, de tipo estatista (intervención del Estado en la política y en la economía) que privilegió el régimen priísta, se apoyó en las banderas de la mítica y desgastada Revolución mexicana para configurar aquel Ogro filantrópico del que hablaba el gran Octavio Paz, es decir, un Estado autoritario y represivo pero que ofrecía un relativo desarrollo económico al país y a sus gobernados.

Carlos Salinas y Miguel de la Madrid

Años después, en 1982, “el proyecto modernizador” priísta, que había mostrado su fracaso, terminó por agotarse y permitió el arribo de una nueva élite tecnocrática (encabezada por el presidente Miguel de la Madrid y sus colaboradores más cercanos como Carlos Salinas) más preocupada por los asuntos económicos que por los políticos y pronto esta nueva clase política sustituyó el modelo estatista por otro de índole neoliberal, que suprimió, en el lenguaje y en los hechos, la ideología nacionalista revolucionaria.

EZLN

Sin embargo independientemente de virajes ideológico y económico, la modernidad a la que siempre llegamos tarde, en el discurso de nuestros políticos implica dejar atrás todo atraso o penuria (Solidaridad, Oportunidades, Cruzada del Hambre) pero también ignora los graves rezagos de un país como el nuestro, con carencias y necesidades básicas insatisfechas que amenazan con sacudir aún más al “México profundo” tan bien descrito por Guillermo Bonfil Batalla y que hizo erupción el 1 de enero de 1994 con el EZLN en Chiapas.[4]

Enrique Peña Nieto

De este modo, de 1982 a la fecha, para los gobiernos federales (priístas y/o panistas o prianistas) ser “moderno” implica ser afín al modelo neoliberal y sumiso a los dictados de los grupos financieros internacionales. Por ello debemos estar conscientes que detrás del engañoso discurso “moderno, abierto y democrático”, se encuentran los giros de una construcción ideológica que es reproducida por la elite neoliberal en el poder para edificar proyectos condenados al fracaso: TLC, reformas energética, laboral, hacendaria, educativa…

Pero lo más importante –o lo que resulta más grave – es que todavía no nos hemos puesto de acuerdo respecto al tipo de modernidad que necesitamos, que atienda problemáticas ancestrales no resueltas y, sobre todo, no se dirija meramente a la configuración de proyectos demoledores que, en búsqueda de la ganancia económica por la ganancia misma, arrasan con la naturaleza, con nuestros recursos y con los seres humanos.

Luis González y González

Don Luis González y González, con mucha precisión señalaba que en México nos regimos por el sistema métrico sexenal lo que provoca que no se configuren planes a mediano y largo plazo. Todo ello hace que la “modernidad a la mexicana” se exprese como un proceso inconcluso que sigue sin contemplar (y sin solucionar) las diversas problemáticas de un país tan complejo como el nuestro. Pero lejos de que esta adversa realidad nos desaliente, debe motivarnos a  incidir en el cambio de un modelo fracasado que desde hace décadas extravió su camino (si es que alguna vez lo tuvo).

[1]Véase Jorge Alberto Rivero, “De la vanguardia al anacronismo. La representación de la modernidad en Salvador Nava y sus adversarios políticos (1958-1992)” en Rivero et. al. Representaciones políticas. Cuatro análisis historiográficos, México, CONACYT/UAM-A, 2004

[2]Cf., Gilberto Giménez, “Modernización, cultura e identidades en México” en Revista Mexicana de Sociología, Núm. 4/94, México, IIS-UNAM, Octubre-diciembre de 1994.

[3] Cf., Marshall Berman, Todo lo sólido se desvanece en el aire. La experiencia de la modernidad, México, Siglo XXI, 1989; Jürgen Habermas, “Modernidad, un proyecto incompleto”, en Nicolás Casullo, (compilación) El Debate Modernidad-Posmodernidad, Buenos Aires, Punto Sur Editores, 1989; Anthony Giddens, Consecuencias de la modernidad. Madrid: Alianza, 1993; AlainTouraine, Crítica de la modernidad, México, FCE, 1995; Horst Kurnitzky, “¿Qué quiere decir modernidad?”, en La Jornada Semanal, México, Núm. 288, 18 de diciembre de 1994.

[4] Guillermo Bonfil Batalla, México Profundo. Una civilización Negada, México, Grijalbo, 1994.