Adiós, es una palabra  en la que he estado pensando últimamente. Todos los días la gente la utiliza indiscriminadamente, la utilizan de manera errónea.  Adiós, debería significar que ya no volverás a ver a la persona que se lo dijiste, por que es adiós, o sea que si la vuelves a ver es en el cielo, con Dios (en caso de que creas en el cielo o en Dios). Pero a la gente le vale gorro, ni siquiera se ponen a pensar en la importancia de la palabra, la utilizan como si un adiós equivaliera a un hasta luego.

El viejo llevaba ya dos meses en el hospital. Mínimo lo iba a visitar unas 4 veces por semana, lo que equivale a un chingo por ciento más, que su jodida familia.  Antes de su hospitalización en ese terrible lugar, solía verlo todas las noches, jugábamos ajedrez mientras bebíamos té. Entre las jugadas y los sorbos, me contaba acerca de su su vida, o sino, me daba consejos.

Ese viejo que no era mi abuelo, ni mucho menos, sólo vivía a unas cuantas casas a lado de la mía. Sus «amigos» y  familiares lo habían olvidado por completo. Si lo iban a visitar dos veces en un mes era demasiado. Nunca nos dijimos palabras de afecto, ni que eramos amigos, pero lo eramos, aunque creo que si lo hubiéramos dicho, hubiera estado de más.

Recuerdo cuando me contó acerca de su esposa, desde que la conoció hasta que le dijo adiós en aquel terremoto del 85. También se me viene a la mente cuando me contó el secreto para conquistar mujeres, el cual no revelaré, puesto que esa técnica me la regaló para uso exclusivo mío.

Hace exactamente dos meses, el viejito me habló de la importancia de las palabras y el eco que causan en las personas; en especial la palabra «adiós», que más allá de la connotación religiosa que para él tenía. Decía que cuando utilizaba esta palabra era por que jamás volvería a ver a la persona a quien se la decía, que así había sido durante toda su vida. Yo nunca había reparado en la importancia de la palabras, y mucho menos en lo que podría conllevar decir adiós, pero en el momento en que el viejo lo mencionó, estuve de acuerdo. Después de la plática sobre las palabras, hablamos un poco de futbol, y en lo mal que jugaba la selección mexicana.

Cuando fue la hora de despedirme, le dije que volvería al día siguiente, él me dijo que esperaba que así fuera . Cuando estaba empujando las puertas para salir de su habitación, él gritó: ¡ADIÓS!; pensé que era una broma de mal gusto, con referencia a la plática de antes, en verdad no pensaba que el viejo muriera pronto, así que sólo sonreí y le dije hasta pronto, mientras agitaba mi mano izquierda.

Pero el viejo no bromeaba, tenía la boca llena de razón, nunca más lo volví a ver, ese día al salir del hospital, mientras cruzaba la calle para llegar a la parada de autobuses, un coche me mató. Me gustaría haberle dicho adiós al viejo, a mi familia y a mi novia. Fui un tonto al pensar que el viejo pensaba que moriría esa noche, primero que yo, y por eso se despedía para siempre; nunca tuve en mente que yo podría morir en cualquier instante sin decir adiós…