Platico. Soliloquio. El tiempo. Las luces. No me recuerdes ni te aparezcas. ¿A qué vienes? Tu nombre. Tú cállate. Mi madre. ¡Acuérdate! ¡Acuérdate! Camíname. Ya son las tres, ya casi te levantas, pero si no te levantas, te quedas, te mueres. ¿Qué horas son? Putas luces, apágalas. Pero ya vienen, enciéndalas, enciéndalas. No tengo nada qué decir. No tengo nada qué decirles. La suciedad de todos. La sociedad de todos y cada uno de nosotros. Tengo que limpiar su mugre, sus miradas, sus juicios. No los dejes pasar. Pendejos. No me conocen. Mis llantos. Mi impotencia. Tú, que no te vas. Pendejos. ¿A ustedes qué les falta? Aún así me juzgan, y también tú. Me vale. No me quites nada. Me pertenece, es mío. No me huelas, siente mi aliento no mi hedor. Se borra. Ya no estás. Sí eres. Sí son. Levántame. No me mires, levántame. Camina bien. ¿De qué te ríes? Míralo, no tiene nada. Siéntate. Platícame pero no me toques. Tampoco les pegues, ni los veas ¿Ellos qué te han dicho? ¿También desconfían? Ni siquiera existen. Qué bonita caminando. Su lindo gorro. Si te pregunta susúrrale, pero que nadie más oiga. No le reclames, declámale mejor. Sí, declámale. Con prosa. Sin prisa. Algo bonito como su gorro, pero quítale el rojo porque es muy fuerte. Son tan perfectos que no lo sienten. Cíclope. Imagínate: se preocupan de su rutina «normal», que se les va entre las manos lo que tú y yo sentimos, ¿me entiendes? Robots. Es mi piel, no la suya. Que se carcoma su piel. Necesito agua. Se derrite. Es ella. Sí es ella. Son dos. Es la de la derecha. Me está cazando. Que no se vaya. Que no me lleve. Tápame. Ya no quiero las voces. No quiero estar solo. Las luces. Tenues. Ahora me cierran los párpados. Váyanse por favor. Vete.