Lo abyecto no cesa, desde el exilio de desafiar al amo. Julia Kristeva
Favor de guardar silencio, no se sabe, quizás, mas la humanidad ha perdido el sentido, el sentido de sí. Fue tan simple que el viento tocaba sus mejillas, fue tan sencillo que el mundo parecía otro; fue tan así, fue que sin querer, eso fue. Eso que nadie comprende cuando uno deambula por la vida sin más; cuando por segundos uno desaparece. En medio del tumulto todos somos ese “nadie”. Aquel tumulto; es indiferente, se encuentra absorbido por todo y nada a su vez; desesperación, ansiedad, presión, abatimiento, descontrol. –Shuuu- favor de guardar silencio -el cosmos trata de reivindicarse- ¿silencio? Éste, sí ese, requiere de tiempo para avivarse.
Una emoción cuan peregrino por un cuerpo anda, aquella tierra de deseos, esa, al parecer “evolucionaba” día a día. La perspectiva del pretérito se alejaba de los bellos vestigios. -¡BOOM!- se avecina el ocio, más que la nada, las ansias son desbordadas, el impacto y la falta de saber canalizar el tiempo y espacio, flotar, ir, allá, acá, en sí, en ninguna parte, es nada, es eso, es aquello, lo es todo mas aún es “nada”.
Estatismo; la causa de ansiedad y el paulatino desborde –cuidado la resignación callejea-, abrupto momento -“habríamos” de negarnos-. Ironía, metáfora, ¡cómo el mundo no comprende lo que uno quiere! Es todo lo que en el imaginario, el ideario maquila con fervor. Piedad aclamada -los “monstruos” le desconocen- parece demasiada.
La nausea comienza desde que uno abre los ojos, mira la vida postrada ahí, ¡sí!, ahí, enfrente de uno mismo, se contonea mientras que uno le desgasta, no se sabe nada exactamente; cómo el mundo puede resistir el trote -al menos mis años no han pasado en balde- .El trayecto es angustioso, los nervios, la indiferencia, la calma revestida, los segundos, los minutos, las horas, no son nada, el sonido del “acordeón” de pronto te remonta a la realidad, esa vida misma que tanto evadimos.
Ahora; comienza la taquicardia, el sofocarse lento; pausado. El calor y la melancolía, la confusión e humillación; la presión evidente –la inquietud carcome- la inexactitud, el derrame de lo inmaculado -tirado al carajo- la vida no deseada, el aborrecimiento y repulsión en sí misma. La náusea vagabunda por el organismo -quizás debiera salir corriendo y evadir- sublimar, negar o incluso incurrir a la sumisión -la misma barbada de apoyo- la que merma pero gratifica. Ésta, purifica de penas y derroches, de pecados y blasfemias -la culpa es suya y no mía-. Fuere aquella la víctima, ella tan inocente y sedentaria –“ética”-. La movilidad le sustrajo aquello que era puro, le exprimió, consumió y perdió – ¡maldita sea!- entre promesas; promiscuidad, vicios y desbordes; sed, zozobra, lasitud e intransigencia. En fin, busca la soledad un mundo sin destellos, un mundo perdido, el cosmos sin fondo, el abismo es más el óbito por lo ausente e inexistente –nada-; lo ignominioso frente al “yo” de aquella mente desorbitada.