¡Ya no lo soporto! La cabeza me pesa, se me han inchado los ojos, están secos. Las manos entumecidas, atadas, la sangre corre desde los dedos hasta el corazón, lo puedo sentir, y no, me confunde el ardor en mis venas, no sé si es sangre o la ponzoña de las repulsivas entrañas de mi ser, para el caso es lo mismo. Me quema, la cama arde, tengo llagas cada vez más profundas, se cae mi piel pedazo a pedazo, perdí sensibilidad hace tantos meses. Apneas largas, han pasado cinco minutos desde mi ultima respiración; respirar involuntario siempre ha sido, hoy no, estoy segura. No quiero oler, los olores traen recuerdos, y los recuerdos ausencias, ausencias que provocan el inmundo deseo de morir, ¿pero morir? De eso no me dan ganas esta noche, ayer sí, mañana sin duda.

¿Qué cómo me siento? Buena pregunta. No siento nada. Es como estar frente a un delicioso banquete y sentir asco, de ese que provocan regurgitación biliar, amargo sabor que permanece en la boca; no tener hambre, ausencia de todo instinto de sobrevivir, simplemente nada;  se es como las cáscaras de naranja, ya sin sentido, sólo con el permanente olor a cítrico que en ella queda, se sabe que algún día ese deleitoso aroma se esfumará. Es no querer soñar, ni un minúsculo instante, porque soñar alimenta la esperanza, sí, esa que todos tenemos y ocultamos avergonzados de nuestro miserable deseo de suplicar, ¿tan bajo es suplicar? Debe serlo.

Tampoco deseo ver la luz, en la oscuridad estoy más cómoda, aquí nadie se percata de mi infortunio, es simple, la luz descubre todo lo que toca, le da la posibilidad al buitre de ver al que agoniza, él responderá al derecho natural de devorarlo poco a poco, es así  que yo sucumbo y  hay buitres en mi habitación. Me tranquiliza saber que la  noche protege a todo ser vivo, lo cobija con un manto de viejas luces, alumbra el mundo con una tenue luz a veces sonriente, a veces redonda, y por algunas horas puedo llover en mí misma, humedeciendo con recuerdos la sequía de todos los días, sé que ha de amanecer, me volveré a secar, pero insistente correré de los buitres que rondan mi cabeza, no quiero morir.

Volar me ayudaría, en este preciso instante me sobran pies, me faltan alas. Recuerdo la flor que se dibujaba en sus ojos, floto sobre la cama, sin duda me elevo, no extraño el suelo, es fascinante, casi logro llegar a sus ojos, estoy muy cerca, no quiero volver, si vuelvo seguiría en el abismo, en la nada, y sus ojos cada vez más grandes me insistan a permanecer en ellos, no me hagan regresar a esta ausencia que es mi vida, me niego rotundamente a no sentir nada, rechazo vivir sin hambre y sueños.

He vuelto, hay un abismo en mi habitación, y frente al espejo, en medio de esta oscuridad, me observo, te observo, no lo soporto, todo en este lugar me recuerda la desdichada suerte de nacer sin alas.