Jorge Alberto Rivero Mora
Si tuviera religión me pondría a analizar, si tuviera ideología pondríame a rezar
Jaime López
México creo en mí
Jaime López
Auditorio Nacional, México DF, 29 de agosto de 2009. “¡Carcacha y se les retacha!”, gritó Jaime López, no solamente para cerrar su emblemática rola Chilanga banda, sino también para terminar su aguerrida participación en el concierto tradicional que Óscar Chávez realiza año con año en el Auditorio Nacional y de paso, con su otro grito de guerra, devolvía la enorme e injusta cantidad de mentadas de madre, chiflidos y denostaciones de un público mayoritariamente agresivo, intolerante e irrespetuoso.
Dos tipos descuidados, fue el lema de aquel concierto que ofreció Óscar Chávez acompañado del trío Los Morales, pero con un plus especial, el legendario caifán unía su talento a Jaime López, en mi opinión, uno de los más grandes y originales letristas mexicanos de las últimas décadas, quien con su sencillez y desenfado habituales se alió con Nordaka, grupo que afirma y arraiga su inocultable condición fronteriza.
Tras una hora de canciones a dueto y varias en solitario de Óscar Chávez, el concierto parecía navegar a buen puerto hasta que el anfitrión dejó solo en el escenario a su singular invitado y fue cuando Jaime López, sin ningún preámbulo y con su irreverente estilo, se arrancó con Por ti, el himno chavista al que se amparan muchos fanáticos del otrora caifán para justificar su asistencia a sus recitales (pues es la única rola que conocen).
Ante la profanación de la melodía la reacción de varios sectores del público se materializó en chiflidos, gritos e insultos para exigir que «el irrespetuoso se largara» por atreverse a despojar el sentido romántico, meloso y conmovedor de la melodía, pero sin advertir que con Jaime López, Por ti ganó en crudeza, en desolación, en intensidad e incluso en rebeldía. Los gritos no cedieron pero mucho menos claudicó Jaime López, quién se creció “al castigo” y continuó desafiante interpretando sus rolas que sus seguidores (que somos minoría) ovacionamos, aunque con ello creciera la irritación de los intolerantes chavistas.
Esta anécdota retrata fielmente a Jaime López: un virtuoso escritor, poeta, compositor, músico y cantante antimeloso de una realidad que para nada lo es. De oficio irreverente, reinventor del lenguaje y de sí mismo, combatiente pertinaz de los convencionalismos cotidianos a través del humor y del lenguaje poético, Jaime López es un auténtico maestro de la vida y uno de mis grandes referentes, quien además este 2014 celebra en grande su 60 aniversario.
Juan Jaime López Camacho nació el 21 de enero de 1954 ―el mismo año que nació el rock and roll, como siempre puntualiza― en Matamoros Tamaulipas, tierra natal de Rigo Tovar, otro gran referente musical con una honda repercusión popular en su momento. Hijo de un militar con hábitos nómadas, Jaime López durante su infancia se trasladó a Ciudad Juárez, Nogales y Cerro Azul, en la huasteca veracruzana. Esta confluencia cultural de espacios y experiencias lo dotarían de una mirada sincrética e incluyente de diversas expresiones musicales que determinaron su ser y quehacer artístico (música ranchera, la propuesta tropical de Mike Laure, son huasteco, rumba, danzón, cumbia, corrido, bolero, blues y el rock and roll de íconos como James Brown o Chuck Berry).
En 1970, llegó al Distrito Federal para cursar la preparatoria y al egresar de ésta y estudiar un semestre en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, Jaime el vagabundo, continuó su vida errante para perderse y encontrarse a sí mismo y con el guitarrista (y ahora connotado historiador) Ricardo Pérez Montfort y el baterista (ahora coreógrafo) Marco Silva, para formar a fines de los años setenta, su primera y efímera banda Máquina 501, dar toquines en CU, y forjar el apelativo de “rupestres” que poco después derivó en un manifiesto y en todo un género musical cuya punta de lanza fue Rockdrigo González, sin saber que ese inspirado adjetivo (de Pérez Montfort), fue por autocalificarse como estridentes y no virtuosos.
Desde entonces a la fecha, Jaime López ha incursionado en diversos terrenos musicales en búsqueda más que de afinidades, de complicidades que estén en su misma frecuencia: Roberto González y Emilia Almazán (Sesiones con Emilia); Chac Mool (del extinto Jorge Reyes), Eblen Macari, Amparo Ochoa, Betsy Pecanins, Margie Bermejo, Eugenia León, Tania Libertad, Astrid Hadad, Maru Enriquez, Botellita de Jerez y Café Tacvba. Pero destaco a la gran Cecilia Toussaint (su máxima musa, amiga, cómplice y socia); a José Manuel Aguilera (con quien realiza el inmortal disco Odio Fonky), y al gran Don Eulalio González Piporro (leyenda del lenguaje y como dijera Jaime López “Por mi raza hablará el Piporro”)
Jaime López no se automargina e ingresa a espacios comerciales pero sin venderse y caer en sus artificios, por lo que a contracorriente, participó y obtuvo un muy honroso último lugar en el Festival OTI de 1985 de Televisa, con la canción Blue Demon blues (una parodia musical con acompañamiento orquestal) en cuya letra enuncia que “No hay peor lucha que Lucha Villa”, lo que provocó malestar a la empresa y a uno de sus principales baluartes, Raúl Velasco).
Dicha experiencia de posicionar musicalmente lo alterno, de alejarse de El Santo y reivindicar a su némesis Blue Demon, de estar más cercano al diablo que al santoral católico, nos muestra que Jaime López hace de la defensa de la otredad su mejor discurso. Por ello en su larga carrera musical, en sus diversas y polifacéticas composiciones es posible hallar viñetas de crudo humor, metáforas amorosas y desamorosas, alegorías de la vida cotidiana, por ejemplo de una urbe capitalina que enferma, pero que a la vez maravilla a quién la habita La primera calle de la soledad (“Si ya tu víscera cardiaca cacarea queja a queja la Doctora Corazón de perdis te remienda”); o el uso y abuso de la letra “ch” a través de las peripecias de la Chilanga banda (“Mejor yo me echo una chela y chance enchufo una chava, chambeando de chafirete, me sobra chupe y pachanga”).
De igual manera, plantea dilemas existenciales insertos en el himno lopista Sácalo (“Si tuviera religión me pondría a analizar, si tuviera ideología pondríame a rezar”). Exhibe lo contradictorio del día a día con Me siento bien pero me siento mal, o apuesta por el amor incluyente en donde todo cabe como En toda la extensión de la palabra amor (“…Caben lágrimas y risas, versos teatros y cronistas, cuatro letras sin sonido, un sonido consentido, un chispazo de emoción y la mar de las decepciones en toda la extensión de la palabra amor”); o denuncia además la pérdida de tiempo y esfuerzos gastados en reclamaciones amorosas como en Es tan poco el amor («para gastarlo en celos”); o evidencia con humor los fracasos sentimentales en donde Ella empacó su bistec (“con todo y refrigerador”); o qué mejor que acabar con la abrumadora rutina si uno va Por cigarros a Hong Kong, y mejor aún si es con el genial Piporro como el mejor aliado del humor lingüístico.
En resumen, la genialidad no se mide en espacios o recintos llenos a reventar de espectáculos manipulados por campañas publicitarias que inducen a consumir un determinado producto musical… En el caso de Jaime López ―nuestro referente más cercano a Bob Dylan (como afirma Enrique Serna) o nuestra versión nacional de Leonard Cohen o el relevo generacional de Chava Flores o José Alfredo Jiménez― su irreverencia y su ruptura con los convencionalismos; su sentido poético humorístico y crudo; pero sobre todo, su eterna congruencia como sello de identidad, son sus mejores acompañantes para su público incondicional que celebramos sus primeros sesenta años de vida, y ojalá una oportunidad para que las nuevas generaciones se acerquen a su extensa obra y revaloren a uno de nuestros más grandes artistas.
Cierro este artículo con la colaboración de El Piporro con Jaime López, en la que los dos artistas reinventan lúdicamente el lenguaje.