Cumplía con mis deberes alimenticios (…) la gracia que permite comer sin desagrado y que se llama: apetito (…) ignoraba la violencia y las salvajes exigencias de mi cuerpo, ese compañero cebado que sólo se hacía conocer por una serie de malestares delicados.
Jean Paul Sartre
Ave de rapiña a lo lejos acecha a su presa, es imponente y aún más amenazadora cuando la distancia acorta, el olor embriagante penetra las fauces del hombre con alas, de vez en cuando despliega éstas como un manto que recubre la putrefacción desarrollada en el matadero, embullen despojos, restos, muertos; para algunos el tufo pica la nariz mientras se revuelca por toda esa cavidad nasal, anunciando la repulsión convulsiva y nauseabunda, descomunal e insoportable, sanguíneo y corpóreo.
Instantes en paralelo, el respeto hacía aquel símbolo: hoz, con especial significado se impregna a la piel erizada por obra de la sepultura en nombre del óbito precipitado, para algunos en su elocución como un hecho inusitado; mas el carroñero a la ingesta lleva los restos reposados después de la contienda en “buena” lid, no hay más, el trabajo de caza se lo han facilitado, pues yace su alimento en medio de la nada, donde el olvido, el desconocimiento y la falta de sensación así como de compasión lentamente se evaporan alrededor de la atmósfera para así poder deglutir en santo renombre de los instintos más bajos, anunciando el placer, es decir, la plena satisfacción que sacia al apetito lleno de exigencias.
De sus ojos figuraba un reflejo sanguíneo, desfilaba violencia y se escapaba la inocencia, se fermenta el odio hacia con el otro, necrófagos incesantes e insaciables, de alma negra y ambiciosa, carcomen naciones enteras, la papada ensanchada por cada uno de los bocados con los cuales se atragantan bestialmente, efímeros instantes de saciedad y tranquilidad, la distracción no perdura cuando el hambre demanda más. La mente fría, el repudio latente, la contienda de él, el conflicto de ellos, una lucha de todos y disputa de nadie a su vez, el miedo sucumbe hasta las almas más valientes, eso es cierto, aunque no me creas mucho, sé eres el más audaz y nadie te detiene.
Cariño cierra los ojos, la marea es alta y la tormenta obscura, cariño cubre tus oídos, el estruendo del viento dice cosas abruptas, no es por nada pero mantenerte inmaculado es la misión, cariño no precipites, fusiones de colores enteros al final los dioses nos regalaran. Lento, paulatino, abre los ojos, observa el oasis que condensa lo mejor de nuestras vidas, escucha la voz celeste del amanecer, cuan cantaros resguardan la sed de los pájaros en señal del renacer.
Ráfagas espontaneas se condensan en la cabellera, se encrespan entre voces, algunas sinceras otras con tono falso, dan movimiento de algún modo, precipitan ideas para así avivar a éstas, manifiestas todas ellas de diversas maneras. Sé en ti se encienden fuegos descomunales, aunque cálidos a su vez, desdén de viejos recuerdos repentinos, cariño, cierra los ojos, al recapitular tu vida y abrirlos nuevamente observa, todo sigue igual, en verdad ¿continuas sin hacer más?
Lo real es que: ni las más sensibles, tenues y cálidas palabras hacen valer la impunidad en la que aquellos ya no habitan más, aunque viven en el juicio e indignación latente de corazones consientes y solidarios, consternación aunada con miedos gigantescos, no es por nada pero ellos legítimamente sentencian a millones de cándidos seres, escalones donde la jerarquía enriquecida se reguardada en el cabildo, el eco de las corporaciones juegan con ciertas configuraciones, por cierto, muy suyas, excluyentes, pues el mundo les es mortal, prosternados ante lo que pareciera suplicio. Indigno apetito, maldito martirio, se hace natural la inmundicia, al cabo nadie dice nada, el histrionismo desembocado por el mesurado mundo equidistante. Finalmente, cada nota, cada titular, el avasallamiento tácito e intangible que coadyuva a la plena acumulación de trofeos, por otro lado, abunda en el desgaste del deteriorado cubierto por cuestiones de tiempo.
P. A. U.