Jorge Alberto Rivero Mora
El PRI creyó que podía administrar el infierno
Javier Sicilia
Si no creyera en la esperanza…
Silvio Rodríguez
Como he expresado en otros espacios, desde 1982 a la fecha, estamos insertos en un devastador modelo económico que fue instaurado unilateralmente, por el régimen priísta de Miguel de la Madrid y cuyo proyecto neoliberal, injusto e inequitativo, ha sumido en la pobreza y desesperanza a millones de mexicanos.
Pero como si esto no fuera suficiente, aunado al fracaso de este esquema neoliberal, desde 2006 a la fecha, hemos sido testigos –y víctimas– de una sanguinaria vorágine de violencia, inseguridad, violaciones de derechos humanos e impunidad que han radicalizado aún más este adverso horizonte.
Soportamos entonces a un gobierno federal entreguista a los intereses extranjeros y que criminaliza toda forma de protesta social; padecemos a un Estado en muchos sentidos fallido y en varios espacios infiltrado por el crimen organizado; a partidos políticos comparsas y desacreditados; de silencios cómplices en las Cámaras del Congreso; de instituciones disfuncionales que enmascaran legalidad cuando este atributo está ausente (véanse los casos del Dr. José Manuel Mireles o de los líderes yaquis Mario Luna y Fernando Jiménez que defienden el agua de las comunidades yaquis en Sonora).
Es el México de las constantes masacres y muertes sin sentido y de los cínicos silencios de las autoridades por todas las regiones de nuestro enlutado país; tragedias que en las últimas semanas cobraron su cariz más atroz con las ejecuciones en Tlatlaya, Edo. de México, con el hallazgo de varias fosas clandestinas, con la muerte de estudiantes de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa, Guerrero y la desaparición 43 normalistas.
En este doloroso escenario, afortunadamente la indignación de esta realidad inadmisible ha hecho que desde diversas trincheras y espacios nos manifestemos en contra de un gobierno ineficaz y rebasado, pero también en contra de una clase política pútrida de todos los colores. Por ello, la célebre consigna argentina en las protestas ciudadanas de 2001 “Que se vayan todos”, cobra una gran vigencia porque evidencia nuestro hartazgo de partidos que han contribuido a gestar este verdadero infierno (PRI, PAN y PRD)
Resulta urgente expresarnos de todas las maneras posibles para mostrar al gobierno y sus instituciones nuestro malestar creciente, pero debemos estar conscientes que el problema de estas protestas es que la línea entre la cordura y la violencia se desvanece debido a la carga de rencor y frustración social acumuladas y esto se exacerba cuando las víctimas de estas atrocidades, radicalizan sus posturas (como ha sucedido con el incendio de palacios de gobiernos en Guerrero o saqueos en tiendas en dicha entidad) y entonces corremos el riesgo de que en vez de procurar justicia se anhele venganza y hay una gran diferencia entre una y otra postura.
Con tantas afrentas, impunidad, frustración y cansancio es difícil reclamar nuestros derechos sin caer en provocaciones ni en prácticas violentas, pero creo que todas las formas de resistencia civil pacíficas nos ayudarán a enfrentar y a exigir a los distintos niveles de gobierno (federal, estatal y municipal) que actúen en favor de la sociedad y no del crimen organizado.
Por lo tanto, la resistencia civil exitosa entonces, no pasa nunca por la violencia, sino por todas las formas imaginativas y, subrayo, pacíficas, de defender nuestros derechos (construir brigadas informativas, pronunciamientos de los distintos sectores de nuestra sociedad, anular nuestro voto, realizar protestas artísticas, huelgas de impuestos, boicots, marchas, evitar los protagonismos estériles y lucrar políticamente con las víctimas, valorar a actores realmente comprometidos como el Padre Solalinde, difundir la realidad abominable en medios internacionales o como dijera el subcomandante Marcos “dar voz a los sin voz”, etcétera).
Ojalá que estas movilizaciones sean el inicio de una toma de conciencia más profunda y de formas de organización de la sociedad más efectivas, que la mera catarsis de protestar efímeramente o sólo marchar para tomarse fotos o selfies y actuar en el día a día de manera contraria a lo que se dice defender y más adelante dejar de solidarizarnos con nuestros hermanos de Guerrero.
Para mí es lamentable, por ejemplo, que en la impresionante Marcha del 22 de octubre ningún medio haya tomado una fotografía o comentado nada acerca de la vanguardia de dicha movilización, es decir de los muchachos normalistas de Ayotzinapa y de la Universidad Autónoma de Guerrero, de sus familiares, de sus amigos, quienes con muchas carencias –que evidencian su adversa condición económica y social– marchaban sin estridencias, protestando con su dolor lacerante, real, muy profundo…
Por eso creo que uno de los aciertos de la Marcha fue cuando a la mitad de la misma ésta se convirtió en una protesta silenciosa, porque paradójicamente, el silencio muchas veces resuena más que los gritos o insultos más provocadores. Ver de cerca a los compañeros de Guerrero me hizo evocar aquel triste poema de Jaime Sabines “La procesión del entierro”, en la que el poeta diferencia este tipo de eventos en el espacio urbano respecto al rural y creo que esta misma expresión de dolor se hizo patente el pasado miércoles:
(…) Una vez vi a un campesino llevando sobre los hombros una caja pequeña y blanca. Era una niña, tal vez su hija. Detrás de él no iba nadie, ni siquiera una de esas vecinas que se echan el rebozo sobre la cara y se ponen serias, como si pensaran en la muerte. El campesino iba solo, a media calle, apretado el sombrero con una de las manos sobre la caja blanca. Al llegar al centro de la población iban cuatro carros detrás de él, cuatro carros de desconocidos que no se habían atrevido a pasarlo.[1]
Esta sensación de derrota por la larga cadena de impunidad que caracteriza a nuestra historia cubierta de vejaciones, hace más lejana la instauración de la justicia y por ello resulta trágicamente certera la sensata opinión de Jesús, uno de los normalistas sobrevivientes y que por razones de seguridad no da su nombre completo: “La justicia no va a llegar aunque la busquemos”. [2]
Sin embargo no debemos caer en el desánimo, aunque la amarga realidad nos golpeé con dureza. La difícil y ardua construcción de la esperanza es lo que está en juego en este mar de descomposición política y social, pero considero que el desafío persistente de luchar en contra del escenario terrorífico que ha consolidado una clase política en el poder, inoperante y más cerca del crimen que de la sociedad, creo que es un esfuerzo que vale la pena defender, simplemente para demostrar que las cosas pueden y deben ser diferentes. Esa es la apuesta porque como decía el gran Antonio Machado: «Hoy es siempre todavía».
[1] Jaime Sabines, “La procesión del entierro”, en Antología poética, México, FCE, 2005.
[2] Arturo Cano, “La justicia no va a llegar, aunque la busquemos, lamentan en Ayotzinapa”, en La Jornada, México, 26 de octubre de 2014.