Coincido con Marguerite Yourcenar cuando al escribir Memorias de Adriano decía que se requiere de cierta experiencia en la vida para poder hablar y entender las circunstancias que rodean a algún personaje que nos es presentado como un otro y un igual al mismo tiempo, como si al toparnos de frente con un extranjero nos viésemos a nosotros mismos en el espejo porque existen hechos o acontecimientos cuyo desarrollo es igual para todos. Me refiero a las situaciones que sin importar la distancia, el país o la cultura, nos resultan tan familiares que parecieran propios.
Imagínese una discusión familiar, un pleito entre hermanos, un desencanto de pareja, una conversación entre amigos…Profundicemos, los escenarios incluyen, en el primer caso problemas económicos, alcoholismo, desempleo, orgullo (¿dignidad?) y humillación; en el segundo, competitividad, envidia, egoísmo e incomprensión; en el tercero, desilusión, pérdida de expectativas, extinción del amor y la ilusión; en el último, una noche de alcohol que permite la revelación de la verdadera personalidad y pensamiento que termina por develar la condición de miseria existencial en la que nos autocolocamos.
A riesgo (mínimo) de equivocarme les digo que aunque con una que otra variación, si comparásemos los resultados de este ejercicio imaginativo y retrospectivo, las imágenes mentales serían casi idénticas. Palabras más o menos profundas e hirientes; con nombre diferentes en cada caso, pero todas con el mismo dolor en el pecho por la pesadez y la crueldad de las palabras, actos y gestos en cada evento imaginado -recordado-.
Este desagradable y desgarrador ejercicio fue “descubierto” y llevado a cabo dentro del mundo cinematográfico por Nuri Bilge Ceylan[1] , quién en su película Sueño de invierno (Winter Sleep)[2], nos muestra la universalidad de las emociones humanas bajo diferentes enfoques, clases sociales, roles y contextos de cada uno de los personajes insertados de manera impecable en esta cinta, que para tener una extensa duración (195 min.) y algunas secuencias que se antojan interminables; cada contacto entre personajes, sea verbal o no, nos lleva y sumerge a toda una serie de rutinas, confrontaciones y resoluciones que, a pesar de la barrera lingüística, somos capaces de descifrar tan solo por el roce de las miradas, el grosor de las lágrimas o la distancia / cercanía forzada de los protagonistas.
Resulta sumamente interesante ser espectador de estos encuentros y desencuentros que se alargan dramáticamente hasta reventar y llevarnos al borde del abismo para cometer suicidio emocional, tomados de la mano, a la derecha, con los personajes, a la izquierda, con nuestros recuerdos dolorosos. Es una película fuerte, densa pero sin caer en el tedio; desastrosa en sentido de la afilada y certera puntería en el centro de nuestros dolores, causados por el fracaso en las relaciones con nuestros semejantes y seres amados.
La fotografía es impactante y majestuosa, cada panorámica digna de postal. Los paisajes nevados evocan a nuestra infancia, junto con su imaginación insatisfecha, por hacer muñecos y ángeles de nieve. La lluvia envuelve y se mezcla con las agónicas lágrimas derramadas en escena. Los interiores invocan al perfecto sentimiento del calor de hogar…
Es una película NO apta para insensibles, ya que puede que tal vez les ablande el corazón. Tampoco para inexpertos porque tal vez les contagie la nostalgia por lo que les es aun ajeno. Mucho menos se recomienda para los sensibles experimentados porque tal vez, por obvias razones, se (re)abrirán muchos huecos que se creían sanados, se removerán emociones mantenidas bajo llave y se proyectarán hubieras y reproches a lo que se daba ya por perdido. No es una película fácil Sin embargo Sueño de Invierno es una película que debe verse para desahogarse, llorarse y fortalecerse.
[1] Fotógrafo y director de cine turco, acreedor del Premio del Festival de Cannes al mejor director de 2008 por la película Three Monkeys.
[2] Ganadora de la la Palma de Oro del Festival de Cannes en este año (guion co- escrito con su esposa)