Que infinito y lacerante es el silencio de tu ausencia
que nos mantiene en ayuno perpetuo,
de besos, caricias y palabras,
¿cuán míseros han de llegar a ser mis días si ti?
¿cuánto tiempo habré de arañar el viento y susurrar a las nubes
que lleven a ti la plegaria de tu retorno?
La Gaia se ha conmovido con mi pena,
viene a mí bajo grandes disfraces
como jugando al carnaval,
como lamiendo mis heridas abiertas para curarlas…
La bruma malva me ha develado los misterios oscuros
de un amor joven, loco y desesperado
de esos que solo la adolescencia y la luna saben hablar.
Las nubes violáceas cantan arrullos con tu voz extranjera
y velan el sueño que han inducido en mi cuerpo
tratando inútilmente de calmar la sed desértica
que me causa la escasez de tu saliva.
La brisa oscura busca humectar estas manos resecas
carentes de tu cuerpo,
de tu piel toscana
de tu cabello de algodón.
Mi ansiedad crece con las horas y
te llamo en mis llantos febriles y convulsos,
elevo mis conjuros al cielo
esperando que viajen entre las hojas caídas
que te llegarán en octubre.
Te clamo y reclamo porque me has abandonado,
porque me soltaste en medio de la algidez de mi euforia
y soltaste mis amarras para hacerme a ti,
a tu puerto errático y misterioso.
Enséñame entonces, a conocer la manera en que amas
el método de tus yemas para adormecerme a la distancia,
llévame a tus mares más profundos y escúchame
incluso cuando no hablo,
tienes ya las llaves de mi casa, de mi playa y de mi fe
solo queda, que me elijas y te elijas,
que entres a la hoguera que encendiste y a la que prometiste volver…