Jorge Alberto Rivero Mora
Entre las cosas hay una de la que no se arrepiente nadie en la tierra. Esa cosa es haber sido valiente
Jorge Luis Borges
Históricamente, la relación de México con Estados Unidos ha evidenciado nuestra marcada dependencia hacia nuestro vecino del norte, pero en varios momentos existieron gestos de dignidad que dieron lustre a la diplomacia mexicana, la cual se apoyó en dos ejes rectores: la Autodeterminación de los pueblos y la no intervención.
Recuerdo dos episodios en el año de 1962: 1) México se opuso a Estados Unidos y votó en contra de la expulsión de Cuba de la Organización de Estados Americanos (OEA); 2) En ese año el presidente John F. Kennedy visitó nuestro país y en el marco de esa gira abordó con Adolfo López Mateos el tema de El Chamizal (territorio de la frontera norte que se había perdido décadas atrás por la variación del afluente del Río Bravo). En un momento de la negociación Kennedy le pidió al traductor que preguntara a López Mateos cuál era el valor en millones de dólares por El Chamizal. La respuesta del entonces presidente de México fue breve pero enfática: «Dígale al presidente Kennedy que no soy vendedor de bienes raíces».
Los anteriores gestos contrastan con la actitud servil pusilánime y sumisa del presidente de México Enrique Peña Nieto ante el candidato republicano Donald Trump -quien lleva meses edificando su campaña a través de un intimidatorio discurso de odio en contra de los mexicanos con la complacencia del Gobierno Federal-.
En política, el discurso gestual dice mucho y en dicha reunión Peña Nieto se notó desencajado, incómodo e intimidado, no por un Jefe de Estado (esto es importante destacar) sino por un candidato presidencial grotesco, fanfarrón y sumamente cuestionado y esto cobra mayor impacto sí, aunado a lo anterior, Peña Nieto intentó justificar lo injustificable y lejos de exigir una disculpa pública por sus agravios, expresó con temor y titubeos que el discurso de Donald Trump ha sido «mal interpretado».
En las redes sociales muchos ciudadanos, de manera masiva, expresaron su hondo malestar y animadversión a Enrique Peña Nieto por recibir a Donald Trump (quien ha insultado de manera constante a los mexicanos dentro y fuera del país; ha amenazado con la deportación a millones de compatriotas y construir un muro fronterizo que será cubierto con nuestros recursos) pero yo opino que no, para mí era una excelente oportunidad de Peña Nieto para confrontar al candidato republicano, de manera diplomática pero tajante; exigirle una disculpa pública por sus ofensas; oponerse al muro fronterizo que Trump exige que paguemos y expresarse en favor de los derechos humanos de los mexicanos en Estados Unidos.
Para todos, menos para Peña Nieto, fue una oportunidad que el Ejecutivo desperdició tristemente y lo exhibió aún más como un presidente sin sustancia y cada vez más hundido en los índices de aceptación de la ciudadanía.
Años atrás el 1º de septiembre, día del informe presidencial, se le llamó el «día del presidente» por ese oneroso y vergonzoso ritual triunfalista del régimen priísta en favor del Ejecutivo, sin embargo, Enrique Peña Nieto con su timorata actitud y notoria fragilidad ante Donald Trump demostró (una vez más) el pobre tamaño de su figura y de su presidencia…