Jorge Alberto Rivero Mora
Toda la historia de un hombre está en su actitud
Julio Torri
(28 de agosto de 2016) Más allá de la culminación abrupta de su brillante trayectoria artística y de su muy vasto legado musical, resulta muy lamentable la muerte de Alberto Aguilera Valadez, Juan Gabriel o simplemente Juanga (1950-2016), ya que para muchos, y me incluyo, sus canciones fueron el «soundtrack» de varios pasajes de nuestras vidas, y en estos momentos con su partida, somos testigos del oportunismo de políticos y funcionarios y de la apropiación mediática que las televisoras realizan para lucrar con su fallecimiento.
Sin caer en las apologías fáciles tras la muerte de uno de nuestros más grandes referentes culturales, para un servidor existen muchas razones para celebrar la vida del Divo de Juárez, Juan Gabriel más allá de su obra y herencia artísticas y de sus virtudes como ser humano. Quiero destacar tres:
1) Su valentía al defender de manera permanente su condición homosexual en un país tan machista y homofóbico como el nuestro.
2) No someterse al manejo y control monopólico de Televisa que disponía para bien y para mal de las carreras de sus «estrellas» y
3) Abrir espacios para exponentes de la cultura popular en recintos como el Palacio de Bellas Artes que tradicionalmente estuvo vedado para artistas considerados “menores” o «nacos».
Si la idolatría popular se mide en historias de perseverancia y de batallas en contra de numerosas adversidades, Juan Gabriel cumplió con estas características, pero más aún, su carismática presencia rompió con uno de los mitos más arraigados respecto a que solamente los jóvenes pueden ser considerados ídolos, ya que Juan Gabriel realmente lo fue para su público que lo siguió con admiración y cercanía durante más de cuatro décadas.
Desde el horizonte académico en el que me desenvuelvo, me parece que su impacto cultural abre múltiples miradas para que los estudiantes de distintas carreras y con miradas multidisciplinarias puedan acercarse a la recepción de su muy interesante discurso, tal como visionariamente hizo Carlos Monsiváis hace 30 años con su célebre libro Escenas de pudor y liviandad. Por esta y muchas razones más estoy seguro de que tras su muerte la relevancia artística y cultural de Juan Gabriel aumentará con el paso del tiempo y tranquilamente se instalará en el mismo pedestal de compositores de la talla de Agustín Lara, José Alfredo Jiménez o Chava Flores…