Labio contra labio en un tacto sutil
provocando una corriente
que eriza la piel desde la frente,
pasando por la nuca, el cuello, y la espalda,
sin detenerse en la espina dorsal.
Las piernas vibran, tiemblan
y mi cuerpo entero se eleva
al compás de caricias espontáneas, indecentes.
En cada pestaña un peso invisible
que provoca cerrar los ojos y dejar de pensar.
Sólo sentir, sólo escuchar,
sólo dejar que lo que sea que ha de pasar
exista con naturalidad.
En la boca fluye saliva
y se agudiza el tacto en la punta de la lengua
que adquiere voluntad propia.
Los dientes y las manos
aprietan lentamente la piel sin lastimar,
las uñas clavadas en mi pecho, en su espalda.
Miradas que van de la ternura a la perversidad,
observan y se asombran contemplando al placer.
Como si el otro fuese un espejo
Se manifiesta en acción cada deseo.
Juego de dos que comienzan creyendo ser contrarios
y terminan sabiéndose iguales,
adivinándose hasta el punto de confundirse,
al punto de imaginarse en la piel del otro.
Se hace presente una legítima lucha,
una resistencia a permitir entrar al interior,
por acabar sin terminar cediendo
algo más que el cuerpo.
En un lenguaje de gemidos
y palabras susurradas,
cantos del alma que pide ser admirada,
que pide que se dé un poco más,
que grita rebasar al cuerpo, al deseo,
que pide ser más que sexo.
M.A.Z.