Debajo de la luna,

les divierte esconderse como sombras.

Amigos de los susurros de la noche,

de los charcos y del sonido de la lluvia.

 

Sus manos comenzaban a hacer conversación;

él despacio las domó con el poder de su mirada.

Él sabía cómo hacer para dominar su mente,

para seducirla, para que ella le besara siempre.

 

No hay en su historia

principios románticos de cursis hipocresías,

no se vendieron máscaras, ni promesas,

todo se dio en un acuerdo tácito, pactado en silencio;

cuando ella sin querer le acarició la oreja

para decirle un secreto y él se giró…

 

Sus labios quedaron a un suspiro de acariciarse,

se percibieron su aroma, su calor.

La adrenalina recorrió sus cuerpos,

él le sonrió y ella bajó la mirada

con las mejillas sonrojadas.

 

Ella salió al balcón

para que el aire le enfriara los pensamientos,

pero cuando dio media vuelta para volver,

él le detuvo el paso con un beso.

 

Todo en torno a ellos desapareció,

la tierra dejó de girar,

sus latidos se sincronizaron,

en ese instante decidieron ser amantes.

 

Juzgados por no tener un romance civilizado.

Pero a ellos no les complican las palabras

que los demás se guarden entre dientes,

ni las miradas de aquellos que aunque sepan,

jamás tendrán valor de juzgarlos de frente.

 

Ellos son así “amantes”, del verbo “amar”

en toda la extensión de la palabra.

Sin desconfianza, sin prisas,

por el puro placer de ser ellos mismos

y compartirse cuando están juntos,

con el valor de despedirse cuando necesitan espacio,

sin temer ser sustituidos.

 

Es verdad, no es normal,

y eso los vuelve envidiables.

Porque son libres,

porque entendieron que para amar a otro,

primero hay que confiar en sí mismos, amarse a sí mismos.

 

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MAZ