Por: Ernesto Oria
El júbilo se escucha un par de calles antes de donde proviene. Ya en la entrada, quienes están ahí para resguardarla, piden que nos acreditemos como personas con derecho a elegir gobernantes y así poder tener acceso, no sin antes revisar las mochilas y a nosotros, supongo que para evitar introducir armas u objetos que funcionen como éstas, o lo que sería peor, pasar de contrabando lo que ellos ya te ofrecen dentro, pues se quedarían sin venta. Un par de años atrás cuando visité este mismo lugar, recuerdo que no era necesario mostrar una identificación y creo que esto se debe a los operativos llamados “Relámpago”, organizados por el gobierno del Estado de México y el gobierno municipal de Nezahualcóyotl.
Al entrar no se distingue casi nada, hay un par de luces tenues, se escucha una canción que me parece apta para una boda. Una masa se mueve al ritmo de la música y muchas voces inundan el lugar. Después de unos minutos de reconocimiento, distingo que la canción es de los “Auténticos Decadentes” y no tanto de una boda, pero para mí, funciona igual. Mis ojos logran adaptarse a la oscuridad parcial, esa masa que se mueve al ritmo de la música se va fragmentando en siluetas y rostros muy diferentes, pero que parecen tener la misma expresión: la de una alegría inducida vía oral.
Mis acompañantes y yo tratamos de visualizar un lugar para poder unirnos a la multitud, todas las mesas están ocupadas, sólo nos queda buscar un espacio donde estemos parados pero a gusto. Con dificultades nos abrimos paso entre la gente que no percibe si alguien se les une o los deja, entre más nos adentramos, me doy cuenta que será prácticamente imposible encontrar un sitio donde podamos estar a nuestras anchas. Parece que los espacios libres son inexistentes, la única forma es, de manera intuitiva, amoldarse a la masa que se contonea, seguir su corriente y adherirte a ella.
Ya instalados y un poco apretujados, nos dimos cuenta que olvidamos pasar antes a la barra y adquirir el líquido vital de este lugar. Antes de saber cuál era nuestro presupuesto, decidimos quién sería el valiente que atravesaría de nuevo la espesa selva de personas. Después de elegir a quien iría en representación de el pequeño grupo de amigos, comenzamos a hacer (como se dice comúnmente, vulgarmente, coloquialmente o como se quiera tomar) la «coperacha». El camarada elegido emprende el difícil recorrido hacia la barra, pero que al final traerá su recompensa para él y para todos, claro está. Pasan los minutos y no se tiene noticia de él, pienso que se ha perdido entre la multitud y no le es posible encontrarnos, pero de pronto lo veo venir con lo que ya todos esperábamos. Nos repartimos la cerveza a tragos, directamente de las botellas.
Conversamos entre nosotros de cosas que en ese momento parecen importantes pero que seguramente, después olvidaríamos en su mayoría o no nos importarían. La misión de ir a la barra y regresar con munición, cada vez parece más fácil, turnándonos para cumplir con ella.
De pronto hay algo que atrae la atención de todo el lugar, por encima de la gente se levantan dos siluetas, que se menean al ritmo de la música. Logro saber que son siluetas femeninas por las peticiones que el público atento les hace. Surge otra con la amenaza de robar por completo la atención y cumplir las exigencias de los espectadores. Bastó la euforia que se fue contaminando hasta esa tercera silueta, para que en un instante se descubriera por completo el torso y agitara los brazos en señal de ser la ganadora. El triunfo le duró poco, pues una de las dos primeras en levantarse se animó también a dejar que los demás vieran las curvaturas de su feminidad.
En el aire rondaba, aparte del humo de cigarro, la sensación de celebración y regocijo. Fue un instante en el que la mayoría dejó sus conversaciones, su bebida, sus intentos de conseguir una nueva amistad o un amor, para concentrarse en ese acontecimiento tan fugaz, pero que parece haber sorprendido y alegrado la noche de muchos.
El volumen de la música siguió con la misma intensidad, las múltiples voces jamás pararon de escucharse, la cerveza que abastecía a los asistentes parecía no agotarse. El lugar expulsaba a seres totalmente distintos de los que entraban, se veían como si hubieran olvidado lo aprendido en cuestiones de movilidad, sus rostros anestesiados por endorfinas combinadas con alcohol. Afuera suceden tantas cosas como adentro.
Tal vez por estas razones es que se han recibido múltiples denuncias ciudadanas en la Procuraduría General de Justicia del Estado de México, no solamente de un lugar, sino de aproximadamente 20 que existen en las zonas aledañas a la Facultad de Estudios Superiores Aragón.
Parece que atender las quejas no está dentro de las prioridades de los dueños de este establecimiento ni de los asistentes. El nombre que le han puesto a este bar refleja bien la poca importancia de esos asuntos y a donde tal vez, desearían que fueran las quejas y por supuesto, los valiosos clientes, “Al Carajo”.