Para entrar a su vida,
tenía que escribirme en su piel,
volverme una línea en su palma.
Ojalá que cualquiera
hubiera podido leerme en sus ojos,
ojalá hubiera podido algún día
diluirme en su saliva.
Yo feliz me hubiera entrometido en sus palabras
y hacer aparecer mi nombre de la punta de su lengua.
Me le hubiera escondido detrás de su oreja,
le hubiera seducido el alma con palabras susurradas.
Qué le costaba esperar un poco más al destino?
Pero su cariño era tan terrenal;
le tenía miedo a despegar los pies del suelo.
Desnúdate, que no te de miedo quitarte el disfraz,
que todos somos canallas,
que a todos se nos ocurre un mal plan.
Osada mi manera de quererle,
nunca igual que siempre,
siempre igual que nunca.
Me adentré en su laberinto,
en su necedad de no entregarse jamás.
Me arranqué las espinas
y seguí sin temor a perderme.
Cuántas carreteras no recorrimos,
cuantas noches no desvelamos.
A veces preferimos creer en la soledad.
¿Qué hay del miedo a no verse nunca más,
de perderse en las nubes del tiempo
hasta hacerse uno con la brisa y desaparecer?
Desnúdate, para el reloj y no duermas.
Saca de ti la mejor cara,
la sonrisa más perversa,
la necesidad de ser.
A veces la esperanza es cómplice de la maldad.
Cuando se hace costumbre el esperar,
arrancándole dolorosamente cada segundo al tiempo.
A veces corro a buscarte
y me encuentro con tu puerta cerrada
y me siento a esperar.
Tal vez lo único que faltó fue que me dijera adiós.
Hoy me abraza la obscuridad,
me besa el viento,
meto tu recuerdo en una botella
que con toda fuerza lanzo al mar.
MAZ