Me ha brotado de la mirada un cristal, 

que se vuelve estrella, 

que se derrite y se derrama por mi cara.

 

Suena en mi interior esa vocecita histérica 

que me calla los sentimientos 

y quiere impedir que me derrame otra vez.

 

Un gigante nórdico me dijo

que derramar estrellas traería mala suerte a mi ser; 

así que en una caja dentro de mi alma las guardé.

 

Alguna vez me transformé en un dragón, 

escupí fuego y le derribé una torre a algún corazón;

entonces hice pequeño a mi dragón y lo encerré.

 

Así fue que hice de mí fantasías,

me acoplé a los mandatos de reyes y reinas,

me dejé dirigir por cuerpos sin piernas.

 

En la inmensidad de las dudas,

hice a mi cuerpo y mi corazón culpables,

después de exhaustivos juicios de mi razón.

 

Poco a poco las culpas de todos se hicieron mías,

toda acción dependía de la reacción del exterior,

creo que fue entonces cuando el interior restó su valor.

 

Me vi en un ser y en otro; me detesté, me odié, me juzgué.

Me abandoné y los demás con su imperfección,

me gritaban que volviera la vista hacia mí.

 

De vez en cuando mis personajes querían salir,

pero no me atreví a dejar salir a mi dragón,

quién en su jaula ya no cabía.

 

Aceptar que el dragón era parte de mí,

y que además existía una bruja que sabía de envidia y maldad

y un unicornio que  sabía de la libertad que da la imaginación desenfrenada…

 

¿Qué de malo tenía aceptar además a esa hada y ese ángel?

Todos dentro de mí, sólo aguardando mi momento de gran valentía.

Que los acepte y me aleje de supersticiones, es lo único que quieren.

 

Sólo un momento de silencio,

un instante de calma para derramarme y fluir,

para morir a tiempo … y revivir.

 

 grafika_011

M.A.Z.