Al despertarme y notar

el vacío de mi cama fue que entendí

que no hay presencia

que pueda entenderse sin la ausencia.

 

Es este miedo extraño y barato,

que en segundos recorrió mi habitación,

y esa ráfaga de viento frío

 que me hizo buscar en donde no había ya nadie.

 

No pregunté cuando le compré la idea

al charlatán de la eternidad

¿En cuánto tiempo se olvida

que en soledad también se puede disfrutar?

 

En mi cama tan concurrida de emociones;

alucinación, pasión, locuras revueltas entre las sábanas

y realidades fugaces que yacen debajo de las almohadas…

 

Me di cuenta que compartí más que esa cama,

que estaba otorgando más que tiempo,

más que piel, estaba dando algo de mí.

Quería que eso que me era ajeno, no se marchara.

 

Y cuando mis ojos no podían evitar derramar humedad,

cuando mi mente maquinaba

razones para una despedida definitiva…

Apareciste de nuevo en la puerta.

 

M.A.Z.