-Jóvenes, les vamos a pedir que bajen del vagón-
 Cuando voltee vi a un gorilón de bigote que me indicaba la salida. Me sobresalté pues como iba vestido de civil, no creí que fuera policía, policía encubierto.
 
-Jóvenes, vamos a bajarnos de vagón si son tan amables…- seguro vio notó mi expresión de confusión pues agregó:- … alguien activó la palanca de emergencia y mientras no se resuelva el problema el tren no avanza, así que por favor…- dijo alargando el brazo hacia las puertas.
 
Bajamos perplejos, la verdad yo iba asustado. 
 
-Ustedes dos sigan a mis compañeros hasta el frente y ustedes vengan conmigo.-
 
Ricardo y yo lo seguimos mientras veíamos como los «otros dos» seguían a los oficiales hasta el inicio del tren.
 
-¿Son los agredidos?-
-Si. Bueno, él- moví la cabeza hacia Ricardo.
-Mmm, ya. ¿Qué pasó?-
-Pues verá, nosotros íbamos sentados y aquél joven se nos echó encima. Casi se acostó encima de mí.  Lo único que hice fue poner el brazo para que se quitara pero de inmediato me empujo y comenzó a lanzar manotazos, incluso alcanzo a darme un golpe en la cabeza…-
– Mmmm, ya. Pos todo eso se lo va a tener que explicar al juez cívico para que determine lo que procede…
 
«¿Juez cívico? ¡En la madre! Yo nunca he ido a parar en un lugar así y ahora resulta que por un triste tipo con ganas de bronca tengo que ir a dar allá» pensé.
 
El policía continuó: – Se ve que vienen de la escuela ¿no? Si, se ve… Mmm si traen sus credenciales no va a haber problema…
 
Llegamos al dichoso juzgado, que por cierto estaba a reventar, y el oficial nos indicó que fuéramos a dar nuestros datos, Ricardo como agredido y yo en calidad de testigo y que nos apuráramos para ser los primero en declarar. Me di cuenta que «los otros dos» aun no llegaban. Cuando entramos, solo tomaron los datos de Ricardo y dio una breve explicación, fue todo. Nos indicaron esperar y esperamos. Llegaron aquéllos y fue el mismo procedimiento. Esperamos todos.
 
Era un lugar bastante pequeño para la cantidad de gente que había, incluso terminaron por sacar a más de la mitad para que esperaran en la calle. Observé mi alrededor. Parece que el nuevo gobierno se está tomando enserio la chamba de amonestar a los vagoneros porque había bocineros, vendedores y hasta unos chavos de esos que hacen sus performance o sus quesque campañas de concientización social. De estos últimos me alegré que los detuvieran ahí, porque en sus intentos por hacer que la gente se dé cuenta de lo que pasa en el país, sólo logran asustarla y perpetuar la imagen de que los jóvenes universitarios son unos vagos que solo pierden el tiempo…
 
Por otra parte, me molestó ver a los bocineros que estaban ahí pues la mayoría eran mujeres e incluso una pequeña que no pasaría de los 15.  Me pareció y sigue pareciendo increíble que las autoridades crean que multando a estas personas o solo con hacerlas perder el tiempo en el juzgado, se va a resolver la problemática del comercio informal en el transporte colectivo cuando el problema tiene una raíz tan larga como  la del cabello sin tinte de mi maestra de Historia de México… Aunque la verdad a mí se me hace que todo esta movilización es como quien dice, para taparle el ojo al macho de que el aumento de tarifa si está sirviendo para algo…
 
Al cabo de un rato, el licenciado que nos tomó la declaración le preguntó a Ricardo si quería levantar acta en contra de «su agresor». Yo me esperaba que después de tanto borlote dijera que sí, yo como dice pelé, lo haría o bueno lo hubiera hecho en ese momento, que se atuviera a todo el peso de la ley, que po lo menos lo multaran por provocar disturbios en público, pero luego me acordé que Ricardo tenía un temperamento tranquilo y conciliador (siempre que así lo decidía, claro). El licenciado Carbajal quedó sorprendido cuando Ricardo negó tener intención alguna de levantar una acta por agresión e insistió varias veces para que cambiara de opinión, incluso volteo a verme en busca de apoyo para convencer a mi compañero de que era algo que debía hacer. Lo miré con ojos de resignación y alcé los hombros en señal de derrota.
 
Y así nada más, nos dijeron que ya nos podíamos retirar. Al provocador, le dieron una sanción moral… Un regaño pues, con el clásico no te pases de lanza. «No se quiera pasar de…» me acordé del meme del face. Reí por lo bajo.
 
Al salir sentí un alivio tremendo, nunca pensé terminar en un juzgado por una riña tonta en la cual ni tuve que ver. Debo aceptar que fue una experiencia interesante pues pude darme cuenta de que el gobierno sigue tan ineficiente como siempre; tan controlador y vigilante cual «Gran hermano» de Orwell con sus fuerzas policiacas de infiltrados con los civiles…
 
¡Ah! pero esperen que no he contado lo que me causo mayor indignación. una vez fuera del juzgado, nos dispusimos a tomar otro transporte menos peligroso (como si fuera posible en esta ciudad) y nos paramos en la esquina a esperar al pesero. Vi que de la acera de enfrente venía un vagabundo, un teporochito decía mi abuelita, y más tardé en verlo acercarse, que un grupo de cinco jóvenes -de esos aficionados a las fiestas del 28 de cada mes en la iglesia de San Hipólito- lo rodearon y comenzaron a molestarlo; lo empujaban, le gritaban y fingían golpearlo. Voltee con desesperación a buscar a los oficiales para que pusieran orden pero, al verlos, noté con rabia que se reían de ver lo que ocurría. 
 
Con este ejemplo tan pequeño en comparación a toda esta ciudad y todo el país, me di cuenta o confirmé mas bien y por milésima vez que vivimos en un desequilibrio inaudito, donde la meta del gobierno es vigilar y castigar pero castigar al que se deje y aunque ellos solo sean testigos de la justicia por mano propia de los agredidos. Con dolor, pena y vergüenza puedo  decir que la justicia en mi país no es ciega, más bien está ciega, la hemos vuelto ciega.