Entre un manifiesto y el muro donde lo pegó el poeta caben universos
Silvia Pappe
Jorge Alberto Rivero Mora
Como he resaltado en otras colaboraciones, la imagen no solamente ilustra o complementa lo que el texto escrito enuncia, también esta grafía actúa como un discurso en sí mismo; como un testimonio visual que representa a la sociedad en un tiempo determinado. En esta dirección, haré un breve recorrido sobre el acercamiento que tuvieron importantes artistas de la pasada centuria, como José Clemente Orozco, Leopoldo Méndez, Miguel El Chamaco Covarrubias Antonio Arias Bernal El brigadier, Ernesto García Cabral El Chango y Andrés Audiffred, en torno al cartel cinematográfico de la época de oro del cine nacional.
Sucintamente, el cartel o afiche fílmico creado ex profeso para la promoción de las películas, es una de las primeras y más tradicionales formas de acercarse al llamado séptimo arte, ya que no obstante que hoy en día el extraordinario alcance que ofrecen las nuevas tecnologías (especialmente Internet o los programas de animación electrónica), los carteles impresos se mantienen como un eficaz medio para cautivar al público.
Tradicionalmente, la primera aproximación que el espectador tiene a una obra fílmica la obtiene del cartel pegado afuera de la sala de cine. Y esta breve o detallada lectura que el receptor hace en torno al cartel ―el cual alberga a su interior distintos discursos (dibujo, fotografía o caricatura) ― le permite obtener pistas de lo que el artista sintetiza de la trama y evaluar si vale la pena o no, consumir dicha propuesta.
Cabe señalar que desde sus inicios, en 1896, la exhibición cinematográfica en nuestro país se valió de las técnicas de difusión prevalecientes en la época, pero será hasta la llamada época de oro del cine mexicano (1936-1955) que el cartel fílmico cobró un auge hasta entonces desconocido. En aquella época, los posters publicitarios tenían tres elementos principales: 1). Tipografía de gran tamaño que anunciaba el título de la película y al elenco 2). Ilustración a colores en el que se magnificaban los gestos, figuras y ambientes 3). Fotografía de alguna escena en la que aparecían los protagonistas de la cinta.[1] Como se aprecia en el cartel de la película El Vagabundo (1953), elaborado por Ernesto García Cabral.
Así, el diseño de los carteles cinematográficos de la segunda mitad del siglo XX, se apegó a las formas visuales de la estética popular “colorista”, (hay que recordar que las películas eran en blanco y negro), lo que provocaba que los carteles fueran tentadores llamados al público ya que los grados de abstracción eran mínimos o estaban prácticamente ausentes. Y si a lo anterior, agregamos que brillantes artistas del siglo pasado se acercaron a este particular discurso, podremos ser testigos como hoy en día los carteles de la época de oro poseen una enorme valía económica y cultural.
Así por ejemplo, el cartel fílmico es revalorado como una verdadera obra de arte y documento histórico, tanto por la estética de los trazos, como por el prestigio de sus autores, por ejemplo artistas de la talla de José Clemente Orozco (1883-1949) y Leopoldo Méndez (1902-1969) elaboraron carteles cinematográficos para las películas del gran director Emilio El Indio Fernández y contribuyeron con su talento y su arte a que hoy en día permanezcan en la memoria no solamente las películas que ayudaron a ilustrar sino también a revalorar a este particular tipo de grafías. Orozco colaboró en el cartel de la película La Perla, (1945) y Leopoldo Méndez para Río Escondido (1947).
Otro magnífico artista que apoyó el cine de Emilio Indio Fernández fue el muy talentoso dibujante, pintor, escritor, antropólogo y etnólogo, Miguel El Chamaco Covarrubias (1904-1957) quien además de ser el caricaturista oficial de la revista estadounidense Vanity Fair, de 1923 a 1936, también colaboró en el mundo del cartel fílmico, con la película Pueblerina (Emilio Fernández, 1948).
Otros brillantes artistas que aportaron a este derivación del discurso cinematográfico como es el cartel publicitario fueron el gran Ernesto García Cabral El chango (1890-1968) quien además de ilustrar cerca de 800 portadas para Revistas de Revistas de Excélsior, realizó los más célebres carteles fílmico de Tin Tan; así como Antonio Arias Bernal El brigadier (1913-1960), quien además de retratar con inteligencia el contexto convulso de la Segunda Guerra Mundial en las revistas Hoy, Mañana y Siempre de los hermanos Pagés Llergo, también fue autor de carteles cinematográficos como el de la película Fantasía ranchera (Dirigida por Juan José Segura, 1943).
Finalmente, quiero destacar al diestro dibujante Andrés Audiffred (1895-1958) quien participó en la elaboración del cartel fílmico de la película El barchante Neguib (Dirigida y protagonizada por Joaquín Pardavé, 1945).
Con base en lo anterior, quiere concluir que el cartel cinematográfico es un importante vehículo artístico para conocer el horizonte cultural de nuestro país en un momento determinado, es un importante discurso que puede ser analizado desde distintos horizontes (histórico, sociológico, antropológico, historiográfico y semiótico) y también quiero puntualizar cómo esta grafía se puede resignificar con el paso de los años.
En este sentido, el análisis del cine mexicano, no se cierra a la producción cinematográfica de los filmes, sino que también puede desdoblarse desde discursos adicionales como los carteles publicitarios. Por lo tanto, quiero subrayar que el póster cinematográfico permite observar la representación de ese pasado a través del arte gráfico y que no solamente complementa lo que el texto escrito emite, también es un discurso en sí mismo.
En resumen y citando a la destacada investigadora Silvia Pappe, quien afirma con lucidez que “entre un manifiesto y el muro donde lo pegó el poeta caben universos”, considero que lo mismo puede decirse de los carteles cinematográficos: encierran universos en los cuales estamos invitados a asomarnos, a leerlos y a resignificarlos.
[1] Fernando Vizcarra, “De ‘Historia de un gran amor’ a ‘Amores perros’. El cartel en el cine mexicano», en Culturales, UABC, año, /vol. I, núm. 2, julio-diciembre, 2005, pp. 146-151.