La economía mexicana se encuentra en una suerte de ruleta rusa. Los videntes del desarrollo, llamados ministros de hacienda en economías emergentes, han jalado del percutor del arma para apuntarla directamente a la sien de por lo menos 120 millones de personas. Poner como balas de plata una reforma tras otra, mientras el barril de la incertidumbre sigue girando, es una actividad sumamente perversa que acarrea desastrosos resultados para los 60 millones de pobres en territorio nacional. Mas aún, cuando hemos pasado en últimas fechas de un apresurado pronóstico en el crecimiento de 3.9%, a un congruente 2.7%, que amenaza colocarse en su justa medida –hasta el rinconcito papá– del 2% para este 2014.
Las penosas rectificaciones al vuelo obedecen a una mala pasada hecha por nuestros vecinos del norte que no alcanzan a repartir la bondad de los mercados financieros más allá del Río Bravo, a menos que sea a través de conocidos embajadores de la guerra: marines, boinas verdes, golpes de Estado, dictaduras locales y cursos propedéuticos con opción a especializaciones en la CIA y sus campus en América Latina -¡golaaazos!- ; pero la guerra nada tiene que ver con la economía, ni la política, ni la pobreza, ni el mundial, ni nada de nada, porque sólo se trata de decisiones técnicas, ¿no?.
Las opciones del presente sexenio en materia de desarrollo nacional frente a la vorágine neoimperialista se han visto significativa y evidentemente mermadas. Primero habríamos de pasar por la necesaria reestructuración, constitucional y discursiva, aprobando las reformas que a México le faltaban, para perfilarse –¡por fin! ¡otra vez!- con el dream team neoliberal del petróleo, telecomunicaciones y educación, como un socio comercial serio, en el concierto de los mercados al que nunca hemos sido invitados. En segundo término tendríamos que apoyar los nobles y titánicos esfuerzos de un gobierno que ha sabido hacer acuerdos con los rijosos para el bienestar nacional –aunque la verdad ni es tan nacional ese bienestar, ni son tan rijosos aquellos otros equipos-. Y tercero, aprobar en seguidilla, sin preguntas ni respuestas, la forma de operar en este conocido juego llamado capitalismo –claro, si ganas un oscar y decides jugar, puros hachazos con la contención mediática–.
Lo que resta, según estos campeones del libre mercado, son unas tres décadas más para empezar a ver los resultados de las reformas -¿de qué se van a disfrazar Lic. Enrique Peña Nieto y Dr. Luis Videgaray?- y que la gloria nacional, reavivada por los que “sí saben” gobernar, sea plena y sin contra tiempos. Las opciones del gobierno federal para responder a los retos de México han estado faltos de imaginación, pero sobre todo de trabajo que beneficie a la mayoría.
El tema de la inseguridad, los feminicidios, las desapariciones y el asesinato de periodistas por hacer su trabajo, no han tenido una solución de Estado. Si no por el contrario han reproducido un eco de siniestras excusas nacidas en el principio de los tiempos; tal vez los hijos de los hijos de sus hijos puedan llegar a ver cumplidas las metas al “Mover a México”, si no son más de tres.
En la emergente economía azteca los augurios neoliberales tienen en contra al tiempo, ese mismo, el inacabable, el implacable, el venidero, el que no se detiene y comprueba que en 30 treinta años de apertura y desregulación de los mercados somos más dependientes del extranjero, necesitamos trabajar más para comer menos, beber para olvidar o delinquir para soñar. Esa verdad duele pero ha florecido siempre.
Frente a esta anda nada de mal juego de un equipo que no representa los intereses de la patria y que se ha dedicado a hacer goles en su propia portería tendríamos que pensar seriamente si realmente vamos por buen camino o si el camino escogido es el que realmente nos conviene.
Fotografía de Iván Galíndez, Exposición fotográfica "¡Esta mirada no se mira a sí misma!" (julio a septiembre de 2013 Casa de la Primera Imprenta) Cuarta Sección (Ruta de Introspección).