Cuando mi tía vino a vivir con nosotros, yo tenía dieciséis años, ella, si no mal recuerdo, tenía cuarenta y dos. No era una mujer muy agraciada, sin embargo tenía un atractivo poco común. Era regordeta, sus labios gruesos, demasiado gruesos, sus piernas largas y tenía un color de piel muy peculiar, era un bronceado tan fuerte que parecía que todos los fines de semana se iba a Acapulco. Siempre fue soltera, muchos decían que era lesbiana, otros que era demasiado fea para que alguien se casara con ella, pero muchos como yo, pensábamos que simplemente no había tenido suerte y que si a los veinte no se casó, era imposible que a sus cuarenta y dos alguien quisiera echarse el paquetito.
En la época en la que mi tía se mudó con nosotros me encontraba atravesando una etapa de desilusión horrible, pues a mis dieciséis años seguía siendo virgen a pesar de que tenía novia. Siempre que le insinuaba algo me rechazaba o un suceso fuera de la común pasaba y nunca lograba tirármela. Afortunadamente nací en la era del Internet y podía tener un consuelo jalándomela en mi cuarto, viendo desde un negro cogiéndose a una alemana, hasta tipos cogiéndose perritos o gatos. En una ocasión llegué a hacerme siete chaquetitas seguidas, termine exhausto, pero me sentí orgulloso, imaginaba que si había aguantado siete jaladas, cuando estuviera con una mujer aguantaría muchos palitos, ingenuo de mi.
Una mañana, como de costumbre, me levanté muy tarde y con el miembro bien tieso, como siempre, me dirigí al baño para alistarme lo mas rápido posible. Abrí la puerta del baño con toda confianza pues la luz estaba apagada y supuse que estaba desocupado, cuando empuje la puerta mi tía pego un tremendo gritote, lo único que pude hacer fue darme la vuelta:
– ¡Qué nadie te enseñó a tocar, chamaco!
– Perdón, tía, es que vi la luz apagada y pensé que no había nadie.
– Para la próxima te fijas, cabrón, mira no’mas, me agarraste toda encuerada.
Ese día descubrí el carácter que se cargaba mi tía, pues cuando bajé a desayunar, me lanzaba unas miradas de coraje tremendas, además que todo el desayuno me echó en cara el incidente en el baño y no se cansó de decirle a mi mamá que debía ponerle un seguro a la puerta; hasta entonces, me cagó la vieja. A partir de ese día tenía que esperar siempre a que mi tía se bañara, arreglara y pusiera todos los menjurjes en su feo rostro, para que después me dejara bañar.
Conforme pasaron los días me resigné a mi nueva rutina y a toparme de ves en cuando accidentalmente con mi tía en el baño; parecía que a ella ya no le molestaba, sólo le decía un «perdón tía» y tenía como respuesta un «no hay cuidado», ya hasta me conocía sus calzones enormes que se ponía y una que otra vez, la llegué a ver sin sostén, tenía las chichis caídas pero todavía aguantaban unas buenas manoseadas.
Una tarde, llegué más temprano de lo normal a mi casa, entré gritando «¿hay alguien?», nadie respondió. Me dirigí a mi cuarto disponiéndome a hacer mi respectiva chaqueta del día, aprovechando que no había nadie y así, si se me antojaba gritar o gemir lo podía hacer. Cuando iba subiendo las escaleras escuche susurros y unos pequeños gemidos en el cuarto de mi tía, lo primero que pensé fue «ya encontró quien se la cogiera», apiadándome de mi pobre tía decidí salirme de la casa, dándole su privacidad, pobrecita, casi no se la cogían y uno no podía arruinarle la oportunidad.
Opté por no mencionarle nada a mis papás sobre los encuentros de mi tía, porque sabía perfectamente que si se enteraban la iban a correr, y la muy desgraciada no tenía a donde ir. En otras ocasiones llegué temprano a casa y volví a escuchar sus gemidos, nuevamente me salía para dejarla gozar, pero entre más ocasiones pasaban, crecía mi curiosidad por saber quién demonios se había animado a tirarse tremenda ruca, ya toda guanga . Contemplé a todos los hombres con los que tenía contacto, el vecino, que igual que ella, era un cuarentón solitario, el chavo que le ayudaba a mi mamá cuando algo se descomponía, hasta el señor que nos repartía el agua, pero ninguno de ellos tenía el suficiente tiempo para coger diario con mi tía, fue entonces cuando pensé que podía ser mi papá. Esa idea me retumbaba en la cabeza, pensar que mi papá podía estar engañando a mi mamá con su hermana, me llenaba de rabia, tanto que hasta dejé de jalármela por dos semanas, mi mamá tan buena, para que el muy cabrón de mi papá la engañara, y su hermana que tanto decía quererla le hiciera tremenda bajeza. No negaré que igual fantaseé algunas veces con mi tía, pero en mí, era comprensible, tenía dieciséis años, virgen, feo y a eso sumémosle que se me paraba de sólo pensar en una mujer desnuda, pero mí papá ya no tenia perdón de Dios; no pude esperar más, tenía que averiguar qué era lo que pasaba.
Me dispuse a desenmascararlos, recuerdo que fue un jueves, no entré a mi última clase y me dirigí a la casa con toda la intención de romperle la cara a mi papá. Iba a grabarlos en pleno acto sin que se dieran cuenta y enseñarle el video a mi mamá para que así no hubiera duda alguna del engaño y de paso no me tachara de chismoso o enfermo. Nada podría salir mal, esta vez ya no le verían la cara de estúpida a mi madrecita.
Cuando llegué, esta vez no entré con cuidado, fui directito al cuarto de mi tía y antes de abrir la puerta, escuché por última vez los gemidos, que ya se me hacían muy familiares. Abrí la puesta despacio, quería agarrarlos en el acto y así no pudieran justificarse; empujé la puerta y vi a mi tía completamente desnudad retorciéndose en la cama con las piernas completamente abiertas y entre sus piernas, entre sus viejas y largas piernas la cabeza de mi mamá.