¿Copa, para quién?

João Pedro Campos

Traducción del portugués al español por:

Letícia Alves da Cunha

Hace cinco años, en Bruselas, la Confederación Brasileña de Futbol (CBF), celebraba junto al entonces presidente Luiz Inácio Lula da Silva la elección de Brasil como sede de la Copa Mundial de Futbol de la FIFA, a celebrarse en el año 2014. Convencer a la cúpula de la FIFA que el país podría realizar un de los mayores mega-eventos del planeta, requirió mucha política y vino a coronar el entonces bien valuado gobierno del Partido de los Trabajadores (PT). En un intervalo de menos de dos años, el país celebraría el Mundial (2014) y los Juegos Olímpicos (2016), preparándose para exhibir en una vitrina a un Brasil como potencia, socialmente estable.

En aquél momento no fueron pocas las críticas que recibió el gobierno federal por proponerse a organizar eventos tan costosos. Había entonces muchos problemas de infraestructura para resolver: los aeropuertos , la red vial precarizada, la prácticamente inexistente red ferroviaria para el transporte de pasajeros, la extensión de las líneas de metro, la movilidad urbana, la seguridad, etc.

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La respuesta del gobierno de Lula a tales críticas fue que el Mundial sería una oportunidad para que el país direccionara los proyectos de infraestructura, para beneficio de todos los brasileños.

Uno de los proyectos más ambiciosos era la construcción de una línea ferroviaria del tren de alta velocidad, conocido como el tren bala, uniendo las ciudades de Campinas -São Paulo -Rio de Janeiro, que constituyen el principal centro económico y poblacional del país.

A cinco años, Brasil, sigue sin estar preparado

Durante los años de la organización de la copa del mundo, el gobierno brasileño fue constantemente criticado por los dirigentes de la FIFA. La queja principal fue el retraso en el calendario.

Hace cuatro años, el presidente Luiz Inácio da Silva dejó el poder, pero su partido se mantuvo. Su sustituta fue la ex primera ministra de la Casa Civil, Dilma Rousseff, quien en 2010 se convirtió en la primera mujer en presidir el país, continuando con el proyecto del gobierno de Lula.

El escenario político en Brasil seguía siendo de “estabilidad social”, con un gobierno que celebraba diez años en el poder. Sin embargo, en la base de la sociedad brasileña, una ruptura histórica se desarrollaba.

Exactamente un año antes del Mundial, en junio de 2013, se realizaba en Brasil la Copa de las Confederaciones, cuyo brillo se vio ensombrecido por la tensión política-social que se estableció en el país. Millones de jóvenes, trabajadores y estudiantes salieron a las calles en señal de protesta, de manera que no  se veía desde hace dos décadas. Tales protestas han influido en la situación nacional desde el año pasado, y entre las  múltiples demandas puestas en las calles la generalizada  era la crítica a la organización del Mundial.

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Junio ​​de 2013 y el cambio político

La mala calidad del servicio de transporte público fue el catalizador de enormes movilizaciones sociales que, en la era de Internet, se convocó por todo el territorio brasileño.

En la ciudad de Sao Paulo, el alcalde Fernando Haddad (PT) anunció que los billetes de tren y autobús aumentarían en el mes de junio.En respuesta al incremento de las tarifas, el Movimiento Pase Libre (MPL) convocó actos en contra de la decisión del gobierno municipal. El MPL organizó (y sigue organizando) marchas y protestas contra el aumento del pasaje y por la democratización del transporte en varias ciudades brasileñas.

En su comprensión, el transporte es un derecho social fundamental, pues asegura que los demás derechos sociales sean realizados. No era, por lo tanto,  algo fuera de lo común una protesta contra el precio de los boletos para autobús, tren y metro.

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Sin embargo, fue la represión de la policía militar que los manifestantes tuvieron que enfrentar. El ayuntamiento no los quería en las calles, y ordenaba a sus oficiales para atacar a los de actos. Este fue el preludio de una gran lucha que estaba por venir.

Esta situación llevó la forma de las manifestaciones más grandes que se han visto en el país. Millones de personas salieron a las calles en decenas de ciudades brasileñas. La lucha política que comenzó con el objetivo de contener el aumento de las tarifas, se amplió y pasó a requerir numerosos derechos sociales. Todas las posiciones políticas se encontraban en las calles, la izquierda, la derecha, los anarquistas, los anti-partidos, los apolíticos, etc. Algunas consignas eran comunes, pese a los diferentes sectores involucrados: la resolución de cuestiones democráticas, el fin de la corrupción, entre otros. En medio de estas demandas surgió la gran consignas de junio de 2013: «Não vai ter Copa» (“No habrá Copa”).

La contradicción entre un gasto exorbitante para la realización del Mundial de Fútbol (más de 30 billones de reales [cerca de 175 billones de pesos mexicanos) y los problemas que los brasileños de diferentes clases sociales enfrentan, estalló en una dura crítica a los gastos del Mundial más caro de la historia.

Del «No habrá copa” a las huelgas de los trabajadores

Junio de 2013 representó una ruptura en la historia reciente de Brasil. Todos los gobiernos locales se han visto profundamente cuestionados. La estabilidad del gobierno del PT se vió vulnerada,por primera vez los movimientos sociales de los cuales el partido ha surgido, se pusieron de pie en oposición a él.

Los brasileños que viven el caos diario del transporte, de la salud y de la educación saben perfectamente que el país no va bien. Las colas de los hospitales y el metro lleno de gente contrastan con los estadios de futbol,verdaderos ​​coliseos de alta tecnología. No fue difícil asociar la lucha por mejor calidad de vida con la lucha en contra de la celebración de un mega-evento, que no dejará ningún excedente para el grueso de la sociedad del Brasil.

Con las manifestaciones de junio de 2013 la disputa política se ha intensificado en mi país. Desde entonces Brasil ha pasado por un período de protestas en la calle de proporciones y composiciones variables. En la segunda mitad del año pasado los maestros de las escuelas municipales de Rio de Janeiro enfrentaron una gran lucha política por una mayor calidad en la educación. En sus consignas siempre había el cuestionamiento de los gastos del Mundial y la deplorable situación de la educación pública brasileña.

Durante el Carnaval de 2014 los trabajadores de la limpieza urbana (barrenderos) de Rio de Janeiro se cruzaron de brazos y amenazaron con no trabajar en el Mundial si sus condiciones laborales no mejorasen. Su lucha fue victoriosa, allanando el camino para que diversas huelgas de trabajadores estallasen en otras partes del país.

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No hay la misma emoción con los juegos de la selección brasileña como en años anteriores. En el «país del futbol», no se adornan las calles y el clima  es de indignación. Más de la mitad de los brasileños piensan que Brasil no debería ser la sede del evento.

El contexto histórico actual ha borrado por completo el falso brillo que un mega-evento proporciona. El Mundial se dirige únicamente a la élite brasileña, los precios de los billetes y los estadios-centros comerciales no están hechos para el trabajador común. Sus impuestos se dirigieron a algo que no les pertenece. Una vez más la élite parasitaria chupa la sangre y el trabajo de los brazos que la sustenta.

El resultado de los cuestionamientos políticos que fueron llevados a las calles, está aún por verse. En las urnas no hay una alternativa política real. Mientras que el caos urbano, el desgaste del sistema de salud y el deterioro de la educación avanzan. Todavía es tiempo de lucha.

El legado del Mundial para Brasil

Brasil es responsable por la organización del Mundial más caro de la historia: 30 billones de reales de los cuales el 85% procedía de las arcas públicas. Por primera vez en la historia la FIFA fue libre de impuestos, es decir, sus beneficios nunca serán tan altos como en 2014.  Junto a dicho gasto escandaloso se suma la expulsión de más de 8 mil familias en la ciudad de Rio de Janeiro para las obras del Mundial.

El gobierno federal anunció que invertirá 2 billones de reales en las operaciones policiales para garantizar un evento seguro. No para proteger al ciudadano brasileño, pero sí para evitar precisamente que él se manifieste democráticamente en las calles e imposibilite la ejecución del campeonato.

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Incluso en este escenario se puede hablar de un legado positivo que el Mundial dejará a Brasil: el redescubrimiento de la lucha política en las calles. La organización del Mundial llegó a ser tan escandalosa que los brasileños se pusieron más cerca de la política de una forma que no  pasaba hace décadas. La lucha contra el Mundial se ha convertido en el combate a la desigualdad social, que es estructural en la sociedad brasileña.

El país que genera patrones de niveles europeos al mismo tiempo conserva una clase obrera miserable.

Mientras dentro de los estadios se celebrará un lujoso Brasil, en las afueras se dará  una pelea que viene desde antes del Mundial y que se seguirá ocurriendo cuando éste concluya: la lucha por una ruptura histórica, estructural y sistémica. La lucha por la igualdad social.  En este momento, esta lucha toma la forma de combate al Mundial, que no beneficia en nada al país, sólo aumenta y expone sus heridas.

#Nãovaitercopa