La culpa no deja de resonar en mi cráneo. La noche permitió que el acto se concretara, el golpe de mi mano fue la culminación de una incesante y aguda molestia. No debí terminar con un ser.
Tenía que venir a provocarme en la reconfortante oscuridad e insistir en quitarme algo que es mío. Pensé que el primer zarpazo era suficiente para advertir y dejar perfectamente claro que su presencia no era bienvenida.
No pude más, ese pinche mosquito no escapo a la probabilidad de ser aplastado. Lo bueno es que sigo siendo vegetariano.