Un sonido viaja por el viento,
digo que viaja, porque los sonidos no tienen alas,
pero son capaces de montarse en el viento
y sutilmente se dejan llevar.
Pareciera que saben a dónde quieren ir,
a veces se meten entre las almohadas
y son tan tersos y placenteros,
que se hacen parte del sueño.
Parece que de pronto el sonido tomara forma;
pareciera que le salen pequeños dedos que tocan,
a veces hasta seduce y nos hace cerrar los ojos
para sentirle y verle de frente,
sorprendentemente se hace sentir y ver.
Gozar de las notas de la voz cuando susurra,
del caer de cada gota de lluvia,
del contacto de mis pies sobre el charco,
de la piedrita que choca contra mi ventana
y ponerse alerta, esperando el sonido siguiente,
quizá su propio eco, quizá sólo el del silencio.
Hay en mi colección de sonidos
desde el estruendoso caer del sartén,
hasta el suave ‘clic’ de un pestañeo,
pasando por el crujir de las hojas,
sin dejar de mencionar el de la puerta
que tras su impertinente rechinar, se abre
cuando uno se siente tan a gusto a solas.
M.A.Z.