Jorge Alberto Rivero Mora[1]

La ideología de la revolución mexicana
se puede escribir en el puño de una camisa
Jorge Ibargüengoitia

imagesEn un aniversario más del inicio de la revolución mexicana, la marcha del 20 de noviembre de 2014, mostró dos situaciones que son evidentes y a la vez contradictorias: por un lado, el fracaso u olvido intencional de una clase política totalmente distante a este mitificado proceso histórico, una revolución que todavía permanece, incongruentemente, en el membrete del partido en el poder; una revolución derrotada, inconclusa, corrompida, podrida, desvanecida y hoy en día infiltrada e institucionalizada por el crimen.

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Y, por otra parte, pudimos apreciar con la enorme Marcha de ayer –minimizada dolosamente por los medios sumisos al poder– que se puede avizorar un horizonte de esperanza para alcanzar cambios mayúsculos que nos alienten a liberarnos de una clase política en el poder muy pobre de ideas y muy grande de incongruencias; que ha quedado rebasada por una realidad atroz que nos afecta a todos; en un contexto de tragedias constantes para los sectores más vulnerables; de conductas cínicas de una clase política banal y telenovelesca (en sentido literal); en un panorama en el cual las mansiones mal habidas se venden porque es imposible ocultar tanta suciedad; en un escenario en   que se amenaza a una sociedad que se moviliza y no se gobierna con sensatez; en un horizonte en que el hartazgo se incrementa por ser testigos y víctimas de  tanta corrupción, cinismo y descomposición en distintos órdenes…

En este adverso contexto de anormalidades (que volvemos normales o cotidianas) vale la pena reflexionar en torno al eje ideológico más relevante del siglo pasado en un aniversario más de su inicio: la revolución mexicana. [2]

Y es que la revolución mexicana fue el tema sobresaliente de la historiografía mexicana del siglo XX que funcionó y en muchos sentidos sigue operando, como afirma Arnaldo Córdova, como un referente clave del proceso explicativo de hechos históricos anteriores y posteriores de nuestro presente.

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Con este pretexto quiero puntualizar cómo desde la literatura mexicana y desde uno de sus más lúcidos exponentes, Jorge Ibargüengoitia, podemos apreciar, a través de su excelente novela Los relámpagos de agosto (1964), que tal como sucede hoy en día, la clase política gobernante cambia de ornamentos y de apariencia pero en muchos sentidos sigue siendo la misma al cometer las mismas tropelías que sus antecesores.

Publicada en 1964, Los relámpagos de agosto (primera novela de Ibargüengoitia) pronto se convirtió en un éxito literario pero con hondas repercusiones históricas, ya que el autor recreó con fidelidad y buen humor la atmósfera de corrupción e ineficacia dentro de un ámbito en que el discurso oficial construyó un mito que dio orden y legitimidad al sistema político priísta: la revolución mexicana y sin proponérselo se adelantó a la corriente revisionista que desde el espacio académico, gestó nueva formas de analizar a la revolución de manera crítica y no complaciente.

Así, Ibargüengoitia, desacralizó a una abstracción totalmente vacía de contenidos como la revolución mexicana. Para ello, a través de recreación de las memorias del Gral. José Guadalupe Arroyo, un militar divertidamente inepto en las reyertas militares y políticas, Ibargüengoitia, utilizó la herramienta retórica de la antífrasis, para exhibir y desnudar en su humana condición, al general Arroyo, quien se asume como un “héroe” de la revolución, pero cuyas acciones lo convierten en una figura patética y contraria a lo que enaltece discursivamente (si Arroyo, en sus memorias se autocalifica como “valiente, honrado, inteligente, leal y solidario” los hechos descritos en la novela, nos muestran lo contrario). Es decir, exactamente,tal como ocurre con la clase política actual, que sus hechos niegan lo que su discurso enaltece o vanagloria.

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De esta manera, ya sea en el contexto de los regímenes revolucionarios (o “robolucionarios”), o de los actuales gobiernos neoliberales rapaces que apuestan a la “modernización estructural” del país pero sin tocar las rancias estructuras del sistema político, considero que el discurso de Ibargüengoitia es muy aleccionador ya que entremezcla lo viejo con lo nuevo y evidencia, de manera devastadora, lo putrefacta que puede ser la realidad y política mexicanas, a través de la reconstrucción de un pasado reciente hecho de bronce, pero en donde los políticos sacan el cobre impunemente cada que quieren, con conductas corruptas, cínicas y arbitrarias.

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Por lo anterior, vale la pena subrayar que el próximo 27 de noviembre se cumplirán 31 años de la prematura muerte de Jorge Ibargüengoitia, lúcido autor quien estoy seguro, si estuviera entre nosotros, denunciaría con su corrosivo humor las prácticas dañinas en impunes de los gobernantes. Por ello, además de invitar al lector a acercarse a Los relámpagos de agosto y a la vasta obra de Jorge Ibargüengoitia, un loable escritor que afortunadamente comienza a ser revalorado, los convoco también a reflexionar cómo hoy en día frente a proyectos revolucionarios que de plano se desplomaron, o de un modelo neoliberal que sumió aún más a nuestro país en la pobreza, desesperanza e injusticia, también debe motivarnos a seguir adelante y alzar nuestra voz con responsabilidad, total convicción y sin miedo.

[1] Un acercamiento más detallado a la novela Los relámpagos de agosto, puede leerse en Jorge A. Rivero “La Revolución Mexicana entre los discursos académico y literario. Un atisbo historiográfico”, en Fuentes Humanísticas, México, UAM-A, 2011.

[2] La revolución mexicana es la única coyuntura histórica que de 1953 al año 2006 contó con una institución oficial concebida para analizar a este complejo proceso: el Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana (INEHRM) dependiente de la secretaría de Gobernación.