Jorge Alberto Rivero Mora [1]
Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de
formas inconstantes, ese montón de espejos rotos.
Jorge Luis Borges
Hay momentos determinantes en la vida de cada persona que modifican su existencia. En este sentido, la aparición en mi vida de la Universidad Autónoma Metropolitana fue definitiva y definitoria en la mía ya que en muchos sentidos representó mi última oportunidad de seguir un sendero al que yo aspiraba pero que no sabía cómo alcanzar en un contexto personal de indefiniciones profesionales, problemas personales y dudas existenciales.
A lo largo de mi estancia en la UAM-Azcapotzalco (en Licenciatura, Maestría y Doctorado) pude forjar amistades entrañables y acumular numerosas satisfacciones, lo que incentivó en mí un profundo sentido identitario con mi universidad que valoro y defiendo y por lo tanto, un sólido agradecimiento y afinidad con todo lo que representa la UAM, lo que me pone en el peligro latente de caer en el cursi pero verosímil comentario que esta institución se convirtió en mi segundo hogar.
Como todo en la vida, más allá de los puntos de mejora que la UAM necesita, considero que su innovadora organización de trabajo trimestral; excelente infraestructura; profesores-investigadores de alta calidad y compromiso; su cordial ambiente de trabajo, el éxito de sus egresados, sus aportaciones educativas –cuestionadas en su momento y hoy en día reivindicadas como modelo vanguardista de educación universitaria (Vg. el sistema modular de la Unidad Xochimilco o el tutoral a distancia del Posgrado en Historiografía en 1994), nos muestran a una loable institución que desde hace cuatro décadas, ha contribuido favorablemente en el derrotero de un país con enormes fragilidades.
Por lo tanto, en este 2014 que la Universidad Autónoma Metropolitana cumple sus primeros cuarenta años de vida, quiero revisitar sucintamente los cinco lustros de existencia del Posgrado en Historiografìa, una opción educativa que con adversidades de distinta índole se ha consolidado con el paso de los años como una opción de un alto nivel educativo, como lo podemos constatar las generaciones que formamos parte de este esfuerzo académico.
Así en un escenario convulso, en 1994 nació la Maestría en Historiografía de México en unas austeras oficinas de la UAM-Azcapotzalco. En ese movido año, en el mismo instante que entraba en vigor el TLC –la máxima apuesta de Carlos Salinas para consolidar su proyecto de modernización falaz– irrumpió el movimiento neozapatista que evidenció y denunció el fracaso de un modelo neoliberal que veinte años después sigue vigente; fue el año de los asesinatos del sumiso y antidemocrático Luis Donaldo Colosio quien por decreto se convirtió en el “Mártir” de una democracia totalmente ausente; y del entonces Secretario Ejecutivo del PRI, José Francisco Ruíz Massieu (excuñado del poderoso presidente) quien como un pasaje siciliano fue ejecutado por órdenes “del hermano incómodo” (como tan bien lo adjetivó Don Julio Scherer); y fue el año que culminó con el “Error de diciembre“ cuya devaluación de la moneda sumió en la pobreza y desesperanza a la mayoría de los mexicanos
En este inestable decorado de sucesos que mostraban la fragilidad del régimen autoritario –que sería derrotado seis años después por el panista Vicente Fox, tan nocivo como sus antecesores– dio sus primero pasos la Maestría en Historiografía de México, con la entusiasta labor de un conjunto de profesores-investigadores visionarios que apostaron por una innovadora propuesta de estudio tanto por los contenidos de las materias de la maestría como por su formato de organización y de trabajo (sobresalen la modalidad tutoral a distancia y el uso de nuevas tecnologías).
Los encuentros académicos; el ambiente cordial de trabajo, la gestación de numerosos proyectos de trabajo y el abundante conjunto de publicaciones; los numerosos eventos académicos; las redes académicas nacionales e internacionales que se han gestado; la formación de recursos humanos con sentido crítico y humanístico; los permanentes debates, lecturas y relecturas críticas de una disciplina que analiza la realidad histórica desde múltiples miradas que en cada respuesta que encuentra, a su vez, abre un cúmulo de preguntas que lejos de paralizar el conocimiento lo amplía y resignifica.
En este sendero se han establecido batallas por pugnas institucionales al interior y exterior de nuestra institución en áreas que no se preocupan por entender la esencia de un posgrado como el nuestro; del propio Conacyt cuyos parámetro de competencia y de mercado deshumaniza su importante labor (“Entre más egresados más funcional es tu posgrado y por ende te doy recursos económicos”) y, por ende, la lógica neoliberal sigue cobrando facturas y la educación es muestra palpable de ello con los condicionamientos de apoyos, retiros de becas, informes que en vez de motivar intimidan, etcétera.
A eso y más se ha enfrentado y aún enfrenta el posgrado pero creo que se ha salido avante de estos retos, sin embargo como todo en la vida cuando se llega a una etapa importante de nuestra existencia, debemos mirar hacia adentro y ser sumamente autocríticos respecto a las tareas pendientes como ahondar en la lucha por el crecimiento crítico del conocimiento con un sentido humanístico; establecer una mejor comunicación entre estudiantes, egresados y planta docente; y desde mi punto de vista insistir en la responsabilidad ética y compromiso moral que tenemos en favor de su país y su entorno en contextos de una evidente descomposición del tejido social, es decir, que nuestro posgrado no sólo aspire a la mera construcción de conocimientos con las importantes investigaciones que se edifican, sino también trabajemos en favor de soluciones y miradas críticas a la realidad del país
En fin son múltiples los logros, avances y éxitos de nuestro posgrado y son aún más las tareas que quedan por delante para seguir consolidando este loable esfuerzo académico multidisciplinario. En un presente sombrío y doloroso como el que nos asola, creo que la respuesta humanista, comprometida de la UAM ha sido evidente y consecuente con su imponente historia y valorable legado.
De igual manera considero que el Posgrado en Historiografía, en su conjunto, tampoco ha sido ajeno, de reflexionar -en términos de Reinhart Koselleck- en torno a estos espacios de experiencias atroces cuando la barbarie y la sinrazón se sientan cotidianamente con nosotros y cuando las anormalidades se vuelven normales de tan recurrentes que se presentan.
Es entonces que la reflexión crítica por la que apostó el posgrado en estos cinco lustros, si bien ha abonado en favor de la construcción de conocimiento y debate del mismo en el terreno que nos compete, también ha contribuido notablemente, salvo algunas excepciones, en la formación de estudiantes y egresados comprometidos con su realidad y su momento (por más adversos que nos resulten), lo que nos permite ser optimistas y albergar la esperanza de edificar un horizonte de expectativas más halagüeño para un país como el nuestro que lo merece y necesita urgentemente.
[1] Palabras pronunciadas en el marco de la conmemoración del 20 aniversario del Posgrado en Historiografía de la Universidad Autónoma Metropolitana, el 24 de noviembre de 2014, UAM-A., México, DF.