La abyección reviste formas específicas, codificaciones
diferentes según los diversos «sistemas simbólicos»
Julia Kristeva
Hasta el tuétano taladra la merma, el sigiloso medular de cada cavidad enroscado en el tragadero, asfixiante; comprime verdades, estrangula honestidades elementales, determinantes, sí, pulsivas y nada compasivas; el colosal desenfreno de las sombras al asecho, perversiones excitantes, corren de punta a punta el rígido cuerpo. “Mi” icónico sentido contraído, dilatado, enfermizo; gustosas densidades: lobreguez. Ecoica percepción de constantes murmullos; expulsada. Fuera del cuerpo la pulsión segrega precipitados resultados de lo impuro, húmedo y regularmente de aquel tabú que alude a la sapidez de otras desabrigadas pieles.
“Me” fermenta el resguardo, el tapujo de aquellas terquedades de los pechos pétreos y los botoncillos firmes; zozobra del “otro”, aflicción, complejo, son “aquellos”, nunca satisfechos, siempre engorrosos. La causa de “mis” bochornos, el símbolo deroga “mi” existencia por instantes; mil demonios apoderados de lo impúdico, repugnante, sucio, revoltoso, desfachatado; todo ello arrojado a través de un pequeño gélido gemido que (“me”) neutraliza después de instantes infernales; abominación del breve desfallecer, resucitación y no es encarnación. Procesos fálicos arcaicos, discreciones prolongadas, temas vetados a plena luz de tiempos, “tiempos otros”.
Celestiales cánticos de los mensajeros paradisíacos ambientan el acongojo de “ellos”; el placer del cuerpo contraído, disperso, fuera de sí, en medio de la nebulosa, de las convulsiones incontrolables pero gustosas, bajo, muy bajo de la superficie, entre tinieblas y gloriosas sensaciones. Cuelga como cabra, succiona valores alimenticios, estimula, deglute, absorbe, se nutre de flujos todos ellos obscenos, reprimidos, juzgados, contenidos.
Enferma el culto que florece en la cabeza del adepto fiel de escrituras, no siempre discernientes, la intensidad precipitada de acuosas secreciones menstruales, pues intensifica, amplifica desgracias e impurezas de la raza; vedada de fuegos, símbolos y robustecidos significados viriles. ¡Culpa toda suya! Modorra: donde el estruendoso espasmódico sonido del cascabel, serpentea hasta enchinar la piel; inconsciente habilitado, razón de azotes y culpas. Tentáculos cálidos, ambigüedades frenéticas soslayadas por “ellos”. Finalmente, gradación sigilosa, orgasmos enigmáticos.
P.A.U.