Me había convencido a la mala
de cerrar ventanas, gritar hacia adentro
y pretendí esconderme de mí
cerrando los ojos.
Me hice cómplice de la soledad,
me dio por compartir memorias,
escribir para poder existir.
Pasando el tiempo
un ruido movió mi vista hacia afuera,
fue el ruido de una pequeñísima piedra
que alguien arrojó…
Parecía una ley de vida que el amor doliera,
como si fuera preciso saborear
en algún momento la amargura de un desdén,
para con recelo desear un amor de verdad.
Me encontré con un par de ojos
tristes y claros de tanto no llorar,
detrás; un alma contenida y enclaustrada
me ha invitado a salir a cenar.
Yo no sabía que para sanar,
tenía que equivocarme,
tenía que confundirme
y sobre todo, ver mi reflejo en alguien más.
Cuando decidí salir
y desatarme de mis pensamientos,
aquella alma que me quitó el miedo
se encerró de nuevo y no salió ya.
Reafirmé lo que fui, observándole,
permanecí lo más que pude
y sembré semillas sin que lo notase,
no para hacerme recordar
sino para que no olvidara amarse.
Hoy me retiro sin miedo,
con los mejores recuerdos,
te dejo todo mi amor;
intacto y listo para cuando
estés preparado para reconocerlo.
En lo oscuro del azul,
ahí me encontraré,
en lo profundo de un sueño,
en el centro del Sol, si te atreves a ver.
M.A.Z.