Nacieron bajo las letras.
Nació, germinó cuanto afecto castigó (castigaron) en el silencio,
amante y criada prisionera;
afectuoso, esclavo doblegado.
Existen: ellos hablan, ellos respiran, todo aquello que inspira el amor,
-Caliéntese del alma y fiel a sus fuegos sea-
el deseo de la virgen sin su temor ofrece,
-Dispense la ruborización y vierta todo el corazón;
apresure la cópula suave del alma al alma-
suspiros a la postre, la hazaña pinta celestial,
–Mientras que usted cantando hierve-
toda pasión y deseo embulle,
verdades divinas la lengüeta disemina,
cavidades profundas: fértiles fusiones;
alegrías de santos que «veo»,
pasiones agitadas en venganza inspiran,
nodriza del gran cariño, musa de los mil gemidos.
-A los pies el gran amo del mundo cayó-
Emperatriz: ¡Hágame, amante al amor del hombre!
Pues no hay nombre más libre,
que en pensamiento resuelve la naturaleza de estos labios como resortes,
deseos mutuos, deseos muchos.
Tan pronto el estremecimiento de las letras arribó,
inscrito, ansioso, aquel nombre célebre,
el baluarte y resultado de toda tormenta
¡Eterna aflicción; eterno amar!
Rastros emergen a través de suspiros,
lesión involuntaria, voluntaria posición;
se redime la propia evocación:
“nuestra” reminiscencia,
cuan esencia en su cuerpo se impregna.
Hostiga el gozo y regocijo pasivo en la que se le miró envuelta;
pleno, seguro, activo se aproxima.
Ojos con desmesurada efusión;
cazan todo destello de fe,
visión bienaventurada:
éxtasis, y es la pena que se calla;
es deseo y es la locura que se resguarda.
El vaivén hipotético al tiempo,
el Ser, siendo cuanto puede ser.
P.A.U.