Se idealiza que en el inconsciente los sueños se construyen, de sí las frases que desencadenan motivaciones. Se esculpe que escupe todo lo que habita en “ello”, tanto como anda el deseo, del pubis a los pechos, -de la cabeza a la expresión la condena de la aflicción- pues para eso no hay razón, mientras la actitud yoica del “otro” se desarrolla en medio del discernir de la norma y repetición, durante los años de maduración.
Hube crecido en medio de la ausencia paterna;
hube experimentado la repulsión materna.
Ella miraba sus ojos en los míos,
¡Oh qué condena!
aunado al agravante:
poseo su ausencia,
de él hubo quedado lo último.
¡Melancólica, genocida!
Lo abyecto tiene objeto, de éste se desprende el uso y desuso, como aquel donde el abandono corre sin reparo ni respuesta, el desecho que cuelga y la brecha que de la tierra a la cuerda pende -suspensión-, eliminación de la memoria que sentencia y jamás dispensa, pues no se comprendió. Va que en las nubes transita, ella asegura palpa la tranquilidad, cada que las pupilas se le dilatan -aprecié en ella cierta serenidad, como también su falta. Sucumbió-, las grageas todo le ofrecen; sin embargo, yo egoísta hube de amputarle cada extremidad -ironía, de verdad-, tan es así que no supo volar.
La culpa es la misma que merma, cada vez que la frigidez le supera, cada que los ojos del verano la acechan y la piel del anciano recorren su tórax, sintiéndose ajena del “otro”, mas cálido por ser familiar -sucesión-; respectivo sanguíneo tal cual el ciclo trunco, es ahí donde habita la ferocidad del sobresalto – ¡de familias no sabré! -, se niega que le aterra el retorno de cuanto fue; pese a que ahora ya no es.
Del lenguaje el amor floreció, pues la retórica se impregnó, revistió que vistió a eso, sí el objeto que con los años creció, identidad de sí fomentó, la misma con la que gravita cada acción, el mismo niño que a su vez reprimió; su odio ascendió, marchitó pues algo se rompió y de un modo al mundo se dio – ¡Sapere aude![1] – a tientas. El sigilo de pronto detiene y se torna el espejo de la autodestrucción pues poco del hecho parece ser aquello de lo que responsable pudiera ser.
He ahí sus pómulos, he ahí cada luneta,
un tanto los gestos y su cadera,
ella en mí, de mí en ella.
¡Por qué!
La ambigüedad crece entre el pasado y el presente, lo que al final el futuro determinará – ¿de qué manera estás dispuesto a vivir, hasta cuándo, hasta dónde llegarás? –
Del Hic Et Nunc[2] al allá y en el “ello”,
sí, en pro la mente y el cuerpo se alían;
de lo contrario hacía allá el patrón se reproducirá
y de eso también autor serás.
La ironía que va de entre el padre y la madre, aterriza en lo que de ella resulta después de meses de incubación, no se desprecia que con ferocidad se apunta a quien rechaza; mas el repudio implícito es el abolengo perfecto y la sustitución el engranaje que merma toda futura relación, mientras la indiferencia se ensancha y de ello deriva lo habitual, lo que Es, pero no lo que debiera Ser. Se apela por lo particular, ya que de ello procede la competencia de lo que sí será bajo la noción del indulto respecto a lo que ya fue.
P.A.U.
[1]Sapere aude: atrévete a saber.
[2]Hic Et Nunc: aquí y ahora.