He muerto un sinfín de veces, tanto como he resucitado, pues soy el dios de mi propio ser -placer-, que retorna cada que la esperanza vuelve y lentamente crece. Brillo en tempestad -ironía-, cuando el vacío de sombras se llena, pese a que la soledad asola. Es la ola que empapa de sal, por todo el cuerpo, por todos los huecos. Gélido como también cálido y conocido: estado depresivo, bajo cero, con las manos frías, los labios secos, sedientos, hinchados, se van partiendo -se partieron que se curtieron-, privados de todo exceso, privados de “eso”, aquello que con el contacto infla al sexo -mi eros-, con las nalgas tiesas, los senos erectos, el pubis lubricado y el cerebro casi reventado; en fin, ya no hay más excesos, esos que con el dedo como tal se etiquetan; aunque también se aquietan -me gusta como tienta, torbellino que hasta la testa revolotea-. A juicio y prejuicio la sexualidad hermética se queda, se cierra, se limita, se amputa, se condensa y no se libera, hasta que se le aprieta, agita y sí, se infla y estalla. En él, su caso, la sensación sufre, el glande se comprime y las ganas se diluyen, viajan, se teletransportan, allá donde lo maldito se consume y el ánima se reprime.

Yo deseo, te deseo, tanto como nuestros ojos se cruzan en cada encuentro, en ese instante se sucumbe, me borra, lento, con “eso” tocándome, palpando mi averno -delicado, sedoso, en sí, exquisito para mí-, mismo que hierve, desde entre fricciones, todo se enciende, me prendes, con tus dedos entrelazados con los míos, a la luz de la flor de loto, situación contextual: tú, yo, nosotros ebrios por el elixir tinto de cada líquido, allá donde la fusión es la unión, más no la enajenación. Yo muero, tu mueres, nosotros morimos cada que decidimos andar por la vida a la orilla; a un costado que la pantaleta inclinas y el falo arrimas, me excita, culmina, sublima. -A ti te estremece lo que lees, te delata lo que sientes, en reacción el cuerpo manifiesta- Orondo los labios menores y mayores, belludito engalana la portada -contrae que succiona de ti hasta la mazmorra de mi embeleso-. Del todo una porción de la nada en mí, cada que rozan de ti los sacos que escoltan tu faro en mi entrada -ilumina el grandioso, el mismo que con la boca toco y con la lengua gozo, a hinojo plegaria brindo, toca y la campana también retoca, me convulsiona -entra que penetra, la gloria voluptuosa, pomposa-. Culmina la agitación, en tanto que el gemido en eco se propaga energéticamente, caliente, sacude que enloquece, mientras las piernas en el aire se suspenden; el vientre se contrae, la respiración se agita, la presión se retuerce, hasta que… hasta que ¡AAAAAAAH! -gimoteo de satisfacción-. Se desprende de mí el alma; de sí los dedos de los pies encojo, casi acalambrados -apetitoso y sutil congojo-, natural ruborización, estética curvación del cuerpo vehemente, de la acción y su respectiva descripción, el eros textual en cuestión y es sensación.

P.A.U.