Jorge Alberto Rivero Mora

Andrés Manuel López Obrador es un caudillo anticuado que

no conoce la autocrítica pero que representa un mal menor.

Juan Villoro

En el mar de descomposición política que distingue a nuestro país, con una clase política irresponsable e ineficiente y con la ausencia de proyectos de nación de los cada vez más desacreditados partidos políticos, el ahora presidente del Comité Ejecutivo Nacional del partido Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA) Andrés Manuel López Obrador (AMLO), tal como ocurriera hace dos sexenios, se proyecta como el candidato con mayores posibilidades de obtener la presidencia de la República en las elecciones del 3 de junio de 2018.

Pero creo que este objetivo sólo se materializará, si AMLO potencializa sus numerosas virtudes políticas; aprende de los yerros cometidos en el pasado; asume una actitud autocrítica y, sobre todo, aprende a escuchar y deja a un lado los toques autoritarios y soberbios con los que ejerce su liderazgo.

Sin embargo, en este momento existe un peligro adicional que AMLO debe tomar en cuenta y actuar en consecuencia: su exagerado pragmatismo, ya que en aras de alcanzar la presidencia, el político tabasqueño no ha dudado en incorporar a miembros de lo que él mismo ha señalado como “la Mafia en el poder”, que son aquellos adversarios políticos de todos las fuerzas partidistas y distintos niveles de gobierno que se oponen a su proyecto de nación (por cierto más retórico que real o concreto).

Así, por ejemplo, hace unos días AMLO integró a su equipo de trabajo al polémico empresario Lino Korrodi, quién a finales de los años noventa fungió como coordinador de la campaña presidencial del panista Vicente Fox y fue el operador financiero de este último. En este contexto, hay que recordar que Lino Korrodi, a través de una irregular Asociación Civil denominada Amigos de Fox, fue la figura clave para que Fox obtuviera la presidencia de manera muy cuestionable.

“Se vale rectificar” fue la respuesta apresurada y “conciliadora” de AMLO a las insistentes preguntas de la prensa que cuestionó con dureza al tabasqueño por avalar el ingreso de Korrodi a su círculo más cercano. Y es que años atrás el ex operador foxista significaba para AMLO, una figura antagónica a su proyecto y, contradictoriamente, hoy en día es uno de sus aliados.

En esta lógica ilógica, el otrora adversario político Korrodi, se convierte en uno más de los varios incondicionales que AMLO necesita y protege y que son figuras ajenas al “Movimiento de Regeneración Nacional” que las siglas de su partido dice defender (Lino Korrodi, Esteban Moctezuma, Alfonso Romo, Marcos Fastlicht, Manuel Bartlett y personajes que años atrás AMLO avaló  como René Bejarano, Gustavo Ponce, Carlos Imaz, Ángel Aguirre o Arturo Núñez).

Quiero subrayar que no quiero descalificar el uso de la praxis política para el logro de metas democratizadoras, ya que el pragmatismo es inherente a la Política, a la negociación y a la confluencia de proyectos, pero lo que sí es de lamentarse es que el pragmatismo se dirija a la obtención del poder por el poder mismo, sin reparar que en política «la forma es fondo» como lucidamente afirmara el ideólogo priísta, Jesús Reyes Heroles y, por lo tanto hay modos más éticos que otros para alcanzar el poder

Para ahondar en el tema de la praxis política, quiero recuperar la conducta y legado de dos personajes poco valorados en la historia política de México y que tristemente están en el olvido por las nuevas generaciones pero cuya lucha ejemplar López Obrador conoció muy cerca y lamentablemente desdeña: el Dr. Salvador Nava (1914-1992) y el Ing. Heberto Castillo (1928-1997), quienes en algún momento de sus valientes trayectorias como líderes históricos de la oposición, hicieron de la praxis política la ruta ideal para abrir a un sistema electoral antidemocrático y viciado como el que construyó el PRI durante décadas.

Así, en 1988, Heberto Castillo, con el objetivo de aglutinar a las siempre conflictivas y canibalescas izquierdas, de manera generosa declinó su candidatura (del entonces PMS) en favor del candidato del Frente Democrático Nacional (FDN), Cuauhtémoc Cárdenas en aquella fraudulenta elección que le dio la presidencia de la República a Carlos Salinas y que estuvo avalada por uno de los aliados actuales de AMLO (Manuel Bartlett, entonces Secretario de Gobernación durante el sexenio de Miguel de la Madrid).

Por otra parte, en 1991, en el contexto triunfalista del salinismo, el Dr. Salvador Nava, dirigente histórico del movimiento ciudadano potosino (navismo) pragmáticamente logró conjuntar por primera vez al PRD y al PAN para contender (y perder fraudulentamente) por la gubernatura de SLP, en un contexto histórico en el que el PAN y el PRD, si tenían amplias diferencias ideológicas y no como ahora que parecen franquicias incondicionales del PRI.

Sin embargo, lejos del exagerado pragmatismo que priva actualmente en MORENA, me parece que tanto el Dr. Salvador Nava, como el Ing. Heberto Castillo, basaron su praxis política en la apelación a la ética, a los principios y a los valores y no en alcanzar el poder por el poder mismo como me parece que hace en este momento AMLO.

Quiero aclarar que en la arena política, más allá de principios, proyectos ideológicos o plataformas de gobierno, es un hecho cotidiano que todos sus actores, en menor o mayor medida recurran a la praxis para el logro de sus intereses. Por lo tanto, no quiero descalificar el uso de la praxis para el logro de metas democratizadoras, lo que si cuestiono son las formas de alcanzar estas metas.

Pero bueno, más allá de los yerros de AMLO antes citados que resultan muy preocupantes, desde mi punto de vista Andrés Manuel López Obrador, desde 2006 a la fecha ha representado la mejor opción de gobierno para nuestro país. Sin embargo, también es cierto que con el paso de los años esa óptima alternativa que representaba su proyecto, hoy en día  se ha decantado como la “opción menos mala” o en palabras del escritor Juan Villoro como «el mal menor» ante la paupérrima oferta política que nos asola.

La historia demuestra que desde 1988 AMLO es un luchador social que ha tenido que sortear diversos obstáculos para el logro de su objetivo presidencial (basta recordar los ataques patéticos del presidente Fox y de las cúpulas panista, priísta y perredista en el proceso de desafuero en contra de López Obrador en 2005 para sacarlo a la mala de la carrera presidencial).

Pero más allà de las dificultades que representa ser un dirigente opositor en un país como México, siempre he creído que el principal enemigo de Andrés Manuel López Obrador no es la “Mafia del poder” que se alía en su contra y le hace «complós» (lo cual es cierto), sino que muchas veces es el propio AMLO su principal adversario ya que muchas veces no aprende del cúmulo de errores que ha cometido y reproduce pràcticas que debería dejar atrás. Cito algunos:

  1. Ausencia de autocrítica y culpar a los demás de los yerros cometidos en campañas electorales recientes o del pasado.
  2. Elección de malos candidatos (Basta recordar el caso «Juanito» en la Delegación Iztapalapa); Control de los mismos en sus declaraciones y mitines (El caso de la Maestra Delfina Gómez en el EDOMEX);
  3. Declaraciones y conductas autoritarias, excluyentes y contradictorias, como el rechazo a alianzas políticas con el candidato perredista por la gubernatura del EDOMEX, Juan Zepeda; pero sí avala y promueve la inclusión de integrantes de la «Mafia en el poder” y que hoy en día se han convertido en “hombres de buena voluntad que supieron rectificar su errado camino» (Caso Lino Korrodi por citar un ejemplo);
  4. Carencia de la más elemental democracia interna en su partido (sin promover equilibrios y contrapesos a su liderazgo unipersonal).
  5. Toma de decisiones unipersonales erróneas y cerrar el diálogo a voces críticas.
  6. Privilegiar en su grupo más cercano a incondicionales de dudoso pasado que se someten a su liderazgo a través de un exagerado pragmatismo político.

Es decir, si AMLO deja de ponerse el pie a sí mismo; aprende a escuchar sin descalificar a sus oponentes; si deja a un lado su tradicional soberbia y terquedad; si deja atrás la autocomplacencia y reconoce sus muchos errores sin culpar a lo demás, me parece que habrán condiciones óptimas para que una opción diferente a la “prianista” alcance por primera vez la presidencia de la república. El camino es largo aún y AMLO debe de estar consciente de todas las fragilidades que posee como candidato presidencial pero también, si es sensato, debe cimentar sus fortalezas.

Sin embargo, el horizonte de expectativas halagüeño que anhela AMLO en su muchas veces ambiguo “proyecto de nación” estará cada vez más lejano si sigue privilegiando el exagerado pragmatismo y la pérdida del buen juicio y de principios ético–políticos, como ha sucedido con los representantes de gobierno y de todos los partidos y se siga cerrando paso a fórmulas ciudadanas que involucren a los diversos sectores de la sociedad para exigir a las autoridades el cumplimiento de sus obligaciones.

Actualmente son tantas las asignaturas pendientes, que muchas veces se nos olvida que en nombre de la democracia se han cometido numerosas infamias. Ojalá que AMLO entienda esta magna responsabilidad y que, en caso de llegar a la presidencia, edifique las bases para alcanzar estas transformaciones de fondo, por el bien de un país como el nuestro que necesita urgentemente un nuevo rumbo y entonces sí, como ciudadanos, exigirle día con día el cumplimiento de sus responsabilidades.