En el año de 1943, se dieron fuertes disturbios raciales en el sur de Estados Unidos por la confrontación de los pachucos con las fuerzas del orden de aquel país (Zoot suit riots). A finales de ese año, Germán Valdés Tin Tan introdujo en el cine nacional y con un sentido lúdico a esta peculiar identidad fronteriza binacional, pero sin ningún interés por denunciar las condiciones de discriminación y hostigamiento que la comunidad mexico-americana padecía en aquellos momentos.[1]
Esta animadversión hacia los pachucos como personajes nocivos para la sociedad no sólo se evidenciaba en Estados Unidos, también esta mirada intolerante fue reproducida en la prensa local mexicana y más adelante fue representada fílmicamente con dejos despectivos en el cine nacional
A través de las representaciones fílmicas en nuestro país se elaboró un doble discurso en torno a la cultura y valores de Estados Unidos ya que en México la americanización de la vida cotidiana era cada vez más frecuente, pero también existía una gran aversión hacia los pachucos que se les comparó con la delincuencia urbana de la capital del país y que en nuestra cinematografía fue representada de modo maniqueo por los tarzanes o “cinturitas” (vividores de barrio, padrotes que delinquían en los barrios bajos capitalinos) que fueron recuperados como representación del mal por directores de la talla de Emilio Fernández, Fernando Méndez, Ismael Rodríguez o Miguel M. Delgado.
De esta manera, a excepción de Tin Tan (quien supo dar una entonación festiva a su caracterización fílmica) los pachucos, tarzanes y/o cinturitas fueron representados desde una visión distorsionada y estereotipada de la realidad de aquellos años en torno a las identidades fronterizas, ya que de manera intencional se les representó con rasgos de vulgaridad, indecencia, mal gusto, procacidad y delincuencia, por lo que fue común en varios filmes de la época de oro que los tarzanes o cinturitas se convirtieron en el tipo de villano favorito en películas con ambiente citadino nocturno (basta recordar las excelentes interpretaciones de Rodolfo Acosta en filmes como Salón México (1948) y Víctimas del Pecado (1951), cintas dirigidas por Emilio El indio Fernández y que fueron fotografiadas por el gran artista Gabriel Figueroa.
Ahora bien hagamos un poco de historia con la vinculación del pachuco fronterizo con los tarzanes y cinturitas urbanos, y es desde años atrás, en un contexto de notable agitación política internacional marcado por los albores de la II Guerra Mundial, entre 1938 y 1942, en los barrios populares mexico -americanos de Texas y California, surgió el movimiento pachuco o zootsuit, en el que excéntricos jóvenes chicanos, se enfrentaron, a través de su provocadora actitud, imagen y léxico, al racismo, discriminación y segregación en lugares públicos (escuelas, restaurantes, cines, centros nocturnos, transporte, balnearios, etcétera) que padecían en suelo estadounidense.
La estrafalaria vestimenta de los pachucos, pero sobre todo la actitud de resistencia (más que de enfrentamiento) a una sociedad que los criminalizaba por su aspecto e imagen, dotaron a los pachucos de una connotación muy negativa (pandilleros, delincuentes y/o drogadictos). En este panorama, el propio Octavio Paz en su célebre ensayo El laberinto de la soledad (1950) ofrece, en mi opinión un retrato provocador, maniqueo e injusto del pachuco.
Los pachucos entonces, sin escapar de su condición de marginado social concibieron un fenómeno cultural/regional muy interesante en el sur de Estados Unidos y en algunas ciudades del norte del país, ya que el pachuquismo fue un fenómeno social que construyó su propia imagen, su propio léxico, sus propios códigos y lejos de renegar sus orígenes, resisten, como pueden, los ataques racistas de la cultura anglosajona que los segrega.
El hostigamiento a los pachucos derivó en una serie de enfrentamientos de éstos con las fuerzas del orden, hasta que el conflicto llegó a su cenit en 1943, cuando turbas de marineros y policías atacaron con saña a los pachucos en Los Ángeles, ciudad que se convulsionó varias semanas. La prensa llamó a estos sucesos “los disturbios Zoot Suit” y lanzó una campaña que estereotipó a los pachucos como criminales y pandilleros, lo que sirvió de base para la obra de teatro y película de Luis Valdéz Zoot Suit (1981).
De modo paralelo, en México el estereotipo nocivo de los pachucos también fue reproducido en la prensa local. Así, por ejemplo, como bien documenta el crítico de cine Rafael Aviña, en diciembre de 1942, el semanario Jueves de Excélsior publicó un artículo titulado “Los Pachucos”, que incluía dos fotografías de un joven zootsuit. En el pie foto se afirmaba lo siguiente: “Esta foto dará a ustedes más o menos una idea de lo que son los ‘pachucos’, los ‘tarzanes’… extraños y malévolo tipos que no saben ya lo que es México y que, inclusive, han olvidado el idioma”.[2]
En este escenario, el estereotipo (entendido como un modelo de representación de la realidad o modelo comúnmente aceptado por un grupo social) fue una construcción social que se insertó en la cinematografía mexicana. En este periodo, numerosos intelectuales, artistas y medios de comunicación edificaron un determinado tipo de identidad cultural que fomentó una equivocada idea de homogeneidad cultural en un país caracterizado por lo opuesto y todo aquello que viniera de fuera se estigmatizaba como algo vulgar o de poco valor, como sucedió con el fenómeno del pachuquismo.
Si bien Tin Tan tenía un éxito mayúsculo en cine, radio y centro nocturno, al mismo tiempo fue satanizado por los grupos conservadores y nacionalistas de la época que llegaron a pedir que salieran sus cintas de las carteleras (incluso de la talla de intelectuales como José Vasconcelos) La misma oposición al humor de Tin Tan la expresaron compañeros de oficio como en la cinta Los tres García (1946) de Ismael Rodríguez en la que Pedro Infante se burla del costoso traje de su primo, Víctor Manuel Mendoza, a quien tacha despectivamente de pachuco por no vestir con traje de charro. O Mario Moreno Cantinflas en la cinta Si yo fuera diputado (1950), cuyo personaje de peluquero escribe: “Para pachucos no hay servicio porque me caen muy gordos”.
Fueron tan fuertes las agresiones de los sectores conservadores que Tin Tan fue visto como persona ‘non grata’, en diversos medios a través de publicaciones e inserciones pagadas. Lo anterior provocó que en algún momento el propio Tin Tan renegó de su personaje y afortunadamente encontró en el director Gilberto Martínez Solares a un cineasta con el que pudo aumentar sus notables virtudes histriónicas y cómicas con múltiples personajes.
Sin embargo, la asociación del estereotipo fronterizo en otras identidades urbanas, como los tarzanes y cinturitas se convirtieron en los villanos por antonomasia de un cine que abandonaba el espacio rural y bucólico y se trasladaba a los espacios citadinos propios del pecado y de la pérdida de valores. Pronto, en varios filmes de la época Rodolfo Acosta, Jorge Arriaga, Víctor Parra o Antonio Badú, encarnaron a personajes viciosos, delincuentes, machos y explotadores que sin duda influyeron en el imaginario del público receptor tanto en el lenguaje, en la vestimenta, en la moda y en el comportamiento (a favor o en contra) de estas peculiares identidades que se han resignificado con el paso de los años.
Así gradualmente nuevos tópicos de un México cada vez más urbano se verán retratados en la filmografía de nuevos y consagrados directores de la segunda mitad del siglo XX (películas de rumberas, de bajos fondos citadinos, dramas barriales, etcétera), en cintas cuyas tramas se ambientaron en el medio urbano y de arrabal; con bailes y música de moda (Swing, Mambo, Boogie-woogie, Chachachá, danzón) y protagonizadas por personajes maniqueos: cinturitas y tarzanes (maleantes, vividores) y mujeres de la vida nocturna (prostitutas, ficheras y rumberas) y este será tema que abordaré próximamente.
Para ilustrar lo antes comentado, me parece oportuno citar la película El suavecito (Director Fernando Méndez, 1950) protagonizada por Víctor Parra y Aurora Segura.
https://www.youtube.com/watch?v=ojpgehzwIjY
[1] Este trabajo fue presentado de manera más extensa en el Tercer Coloquio de Teoría Crítica en el quehacer historiográfico, Universidad de Guanajuato, Guanajuato, México, 18-20 de mayo de 2016.
[2] Jorge Mendoza, “Los pachucos” en Jueves de Excélsior, México, 31 de diciembre de 1942.