Jorge Alberto Rivero Mora

No hay mayor nostalgia que mirar a un estadio vacío

Jorge Valdano

En un ambiente festivo y nostálgico, el pasado 21 de abril se celebró el último partido de fútbol soccer en el Estadio Azul, otrora Estadio Azulgrana y cuyo primer apelativo fue Estadio Olímpico de la Ciudad de los Deportes. La victoria como equipo local de Cruz Azul, un equipo cuya grandeza de sus inicios se equilibra con una inercia derrotista inverosímil en los últimos 20 años, sirvió como marco para despedir emotivamente a un inmueble deportivo de enorme trascendencia histórica.

Desde su inauguración, en el ya lejano 6 de octubre de 1946, hasta hoy en día, el Estadio Azul se convirtió en un espacio emblemático de la Ciudad de México por diversos factores: por ser ejemplo de una modernidad arquitectónica que promovía la generación de recintos deportivos como espacios de recreación y de cultura física; como expresión de la expansión de una metrópoli que avanzaba a pasos agigantados y dejaba atrás su rostro rural y bucólico; por proyectar un horizonte de expectativas que vinculaba a los estadios deportivos como demarcaciones urbanas con hondas implicaciones deportivas, culturales, artísticas y hasta políticas (basta recordar que el Estadio Azul fue el escenario de varias películas mexicanas, de conciertos musicales y hasta de ridículos mítines políticos panistas); y por construir y consolidar un sentido de identidad en los equipos (con sus respectivas aficiones) que albergó durante más de siete décadas.

El Estadio Olímpico de la Ciudad de los Deportes, se edificó a mediados de los años cuarenta en la cada vez más urbanizada Ciudad de México por la iniciativa del empresario yucateco, de origen libanés, Neguib Simón Jalife (exsecretario particular del gobernador Felipe Carrillo Puerto) quién dueño de una cuantiosa fortuna, compró una propiedad de más de un millón y medio de metros cuadrados en las inmediaciones de Mixcoac (terrenos que habían funcionado como ladrilleras), para levantar una moderna «Ciudad deportiva» que incluiría un estadio de concreto de fútbol, plaza de toros, arena de box, boliche, cancha de tenis, frontón de Jai-alai, alberca olímpica, auditorios, teatro, cine y restaurantes.

Sin embargo, por intrigas y presiones políticas la utopía de Simón Jalife quedó en una quimera, por lo que el visionario empresario, asfixiado por las deudas, decidió vender la Plaza México y el Estadio Olímpico de la Ciudad de los Deportes al inversionista español Moisés Cosío, entonces dueño del espectacular y fructífero Frontón México. Pronto los terrenos contiguos se utilizaron para construir edificios habitacionales y fue así que, viviendas, negocios y oficinas, literalmente «ahogaron» a la Plaza y al Estadio que nunca contaron con un estacionamiento acorde a las necesidades de su imponente magnitud.

Se debe subrayar que el Estadio Olímpico de la (fallida) Ciudad de los Deportes fue obra del ingeniero Modesto C. Rolland y en su momento fue el primer estadio de concreto del país. Se inauguró en el ocaso del sexenio de Manuel Ávila Camacho, el 6 de octubre de 1946 (con un partido entre los Pumas de la UNAM y los Aguiluchos del Heroico Colegio Militar), y de manera expedita se convirtió en un espacio clave para la práctica del fútbol americano universitario y, sobre todo incentivó la rivalidad entre los Pumas de la UNAM versus los burros blancos del IPN.

El fútbol soccer llegó tres meses más tarde, el 5 de enero de 1947, con la patada inicial del Presidente Miguel Alemán y el partido amistoso entre sus paisanos, Tiburones rojos del Veracruz en contra del club argentino Racing de Avellaneda. Así, después de celebrar centenares de partidos y de ser desairado dos veces para ser sede en los mundiales de fútbol de 1970 y 1986, durante más de siete décadas de continua actividad, la última contienda de fútbol soccer se realizó el fin de semana pasado con el triunfo de 2-0 del Cruz Azul ante Morelia. Sólo un milagro deportivo extendería un poco más la actividad futbolera en este recinto, ya que la combinación de varios resultados permitiría al equipo capitalino alcanzar una liguilla que el día de hoy parece inaccesible.

Cabe mencionar que por su espectacularidad y estratégica posición geográfica (cercana a distintos Estudios cinematográficos de la pasada centuria) el Estadio Olímpico de la Ciudad de los Deportes también funcionó como un foro idóneo para películas cuya trama girara en torno al universo futbolero (americano o soccer) y es ahí cuando podemos apreciar al moderno Estadio como un monumento que albergó en su interior a múltiples historias fílmicas, por citar algunos ejemplos: Sí mi vida (Director: Fernando Méndez, 1953), que contó con las actuaciones especiales de Pedro Infante y Tongolele; El vividor (Director: Gilberto Martínez Solares, 1955) y El que con niños se acuesta (Director: Rogelio A. González, 1959), protagonizadas por el gran cómico Germán Valdés Tin Tan.

Con un itinerario múltiple, el Estadio Olímpico de la Ciudad de los Deportes fue sede como local de los arraigados equipos capitalinos Necaxa (los otrora electricistas); los prietitos del Atlante; los pedantes millonetas o cremas del América y los Pumas de la UNAM. Sin embargo, el estadio quedó un tanto marginado con la inauguración del Estadio Olímpico de Ciudad Universitaria en 1952 y con la espectacularidad del Estadio Azteca (inaugurado en 1964), propiedad de Emilio Azcárraga Milmo quién extendió su poderío económico con el lucrativo negocio del fútbol soccer ya que albergó y potencializó a su equipo América, aunque también el Estadio Azteca durante varias décadas fue sede de la otrora poderosa máquina celeste de Cruz Azul, de los Toros del Atlético Español (antes Necaxa), de los Potros de hierro del Atlante y de los ahora Rayos del Necaxa nuevamente (propiedad de Televisa).

En 1983, el Atlante, equipo humilde en sus inicios y de gran tradición en la capital del país, en búsqueda de identidad e independencia que el emporio de Televisa no le daba, decidió volver la mirada al Estadio Olímpico de la Ciudad de los Deportes y hacer de este foro su nueva casa como local hasta que, tras breves exilios a la Ciudad de Querétaro, volvió al Estadio Azteca ya como propiedad del dueño de la empresa Pegaso y primo de Emilio Azcarraga Jean, el empresario Alejandro Burillo, quien decidió en el año 2007, que el Atlante emigrara hasta el lejano Cancún, donde actualmente el equipo permanece en la liga de ascenso. Incluso es importante señalar brevemente, que en 1992, el Estadio fue sede de la selección mexicana (dirigida por el argentino César Luis Menotti), ya que en aquellos años el presidente del club Puebla, Emilio Maurer, logró quitar el control (efímeramente) de los derechos de transmisión televisiva de la selección a la poderosa Televisa.

Para 1996, Cruz Azul concluyó su contrato de arrendamiento de 25 años con el Estadio Azteca y con ello su relación con Televisa y aunado a un trato despectivo de la empresa de Emilio Azcárraga que patrocinaba en los partidos de Cruz Azul al cemento de su principal competidora, el equipo de la Cooperativa se mudó de casa al Estadio Azulgrana y tras algunas remodelaciones que hicieron de este espacio un sello de identidad con sus aficionados se renombró al espacio deportivo como Estadio Azul y de inmediato la directiva estableció un acuerdo contractual con TV Azteca para que sus partidos fuesen transmitidos en la televisora del Ajusco.

Después de estos cambios radicales y tras una larga sequía de 17 años, pronto llegó el primer campeonato para Cruz Azul (aunque se obtuvo en el Estadio Nou Camp de León Gto.) en 1997 y que ha sido desde entonces el más reciente título del equipo que está a punto de cumplir 22 años sin éste. Pero más allá de alarmante sequía de más de cuatro lustros, Cruz Azul encontró en este tradicional espacio futbolero un lugar en el que su sufrida afición encontró un lazo de pertenencia muy sólido (con su equipo y con sus ídolos) que hasta el último partido permaneció, no obstante el cúmulo de sinsabores, derrotas y decepciones que una a una fueron degustadas por sus miles de seguidores, quienes a pesar de la avalancha de memes, burlas y conmiseraciones, siguen alentando estoicos a su equipo, esperando tiempos mejores.

Como un convencido aficionado de Cruz Azul que ha seguido a su equipo desde que era un niño, perder al Estadio Azul es un golpe doloroso porque esto significa volver a la casa de su enemigo histórico, el América y este hecho es un ejemplo más, de los muchos que existen, para evidenciar a una ineficaz y voraz directiva que ha dilapidado grotescamente la grandeza de un equipo que mereciera un mejor trato acorde a su prosapia. Pero también en muchos sentidos entristece perder al Estadio Azul, como patrimonio histórico de la Ciudad de México, con todo un legado que trascendió el terreno deportivo, al albergar a otras expresiones artísticas y que hoy en día, en esta lógica de mercado, su vacío será cubierto por una nueva plaza comercial (¡Una más!) y un hotel que sepultarán las páginas de gloria, de tristeza y de pasión que se construyeron durante más de siete décadas.

Sólo resta esperar tiempos mejores para un equipo histórico y muy querido en el derrotero del futbol profesional en México como es Cruz Azul, Ojalá pronto el equipo posea un Estadio propio en el que se gesten hazañas deportivas como las que lo volvieron grande en los años setenta. Para ello, se debe pensar más en lo deportivo que en lo económico, pero sobre todo en una afición que ha sabido mantenerse firme en los momentos más vergonzosos de una institución que a pesar de todo se mantiene como uno de los principales referentes de este apasionante deporte.

Habrá que poner trabajar a la memoria para vencer el olvido y activar la nostalgia que anuncia el final de un espacio histórico y muy querido como el Estadio Azul, pero también se echará de menos su peculiar fisonomía que formó parte de una espacialidad caótica pero muy bella como es la Ciudad de México. «No hay mayor nostalgia que mirar un estadio vacío» dijo con profundidad el argentino Jorge Valdano, pero esta sensación se incrementa si añadimos que dicho recinto ya no estará vacío, sino simple y tristemente habrá desaparecido.