Ah, Rosa, mi Rosita, si no te hubiera querido tanto te hubiera propuesto matrimonio; pero pensé que un sastre de cuarta no podría darte la vida a la que estabas acostumbrada, y bueno quién sabe si tú hubieras querido abandonar ese estilo de vida por amor, a veces pienso que sí.
Sabes, se me acaba de venir a la mente el día en que te conocí. Ese día que entraste a mi taller y me pediste que arreglara unos vestidos, muy llamativos, muy cortos; pero más llamativos que ellos era tu rostro, mi querida Rosita, nunca había visto a una mujer tan hermosa, con tu baja estatura, tu piel morena, tus risos castaños, ese color miel en tus ojos, tus bien paradas nalgas y tus bien proporcionados senos. Te imaginé en uno de los vestidos que me diste, en el de color mamey; te imagine en él, en mi imaginación más que sexy, te veías sensual.
Intenté hacerte la plática, con mi voz nerviosa y chillona, pero obvio no me seguiste el juego, tal vez fue mi voz o mi cara o todo yo que te dio asco y no quisiste cruzar palabra. Alguien como tú, tan bella y soberbia no podía relacionarse con alguien como yo, flaco, moreno, chaparro, feo, sastre y jodido.
Regresaste a la semana a que te arreglara más ropa, porque te había gustado el trabajo que hice, dijiste. Esta vez sí platicamos, bueno, si a una conversación sobre el clima se le puede llamar plática. Seguiste viniendo, traías más y más ropa, decías que era tuya, la verdad lo dudo mucho; me gusta pensar que era de tus amigas o familiares, que te ofrecías a llevar su ropa con el sastre, ese era el pretexto para verme, y hablar conmigo cada vez un poco más, de verdad me gusta pensar que esa es la verdad.
Con el tiempo empezamos a hablar como si fuéramos amigos de antaño. Un día te invité al cine y sin dudarlo aceptaste; al finalizar la película me agarraste de la cabeza y me diste un beso, te he de confesar que esa era mi idea, pero te me adelantaste. Con más y más citas nos volvimos más íntimos, te contaría los detalles de todas las citas, pero no tendría caso, tú ya los conoces. Lo que me gustó bastante fue cuando empezaste a ir a mi casa, yo siempre quise ir a la tuya, nunca lo hice, después entendí porqué.
Esos días en mi casa, donde en mi cama nos hicimos el amor una infinidad de veces, al principio llevaba la cuenta, pero de tantas veces que lo hicimos la perdí.
Un día me confesaste que eras una prostituta, ya lo sabía, imposible era no saberlo, pero poco me importó, estaba muy enamorado de ti, sabía que aunque otros hombres te tocaran y cogieras con ellos, no te harían sentir lo que yo, pues tú eras mía y yo de ti. Nunca lo dijimos, era tácito, pero ambos éramos felices así.
Nunca hablamos de tu trabajo, pero un día lo hiciste, me comentaste que un narquillo te empezó a contratar con frecuencia, que no te agradaba para nada, pero que pagaba bien y que eso te alivianaba. Te pedí que te alejaras de ese cliente, no porque sintiera celos ni mucho menos; jamás me importó que estuvieras con alguien más, ese era tu trabajo, y eras mía.
Te pedí que te alejaras por miedo a que algo te fuera a pasar, con lo que veía en la tele y en los diarios, de ver y leer las historias de cómo terminaban las mujeres que salían con narcos, me aterraba la idea de que algo similar te pasara.
Ah, Rosa, mi Rosita, tanto era mi miedo que te rogaba que te alejaras de él, pero poco te importaron mis palabras. Y al final mi miedo se volvió realidad, ve cómo terminaste, en el cuarto de un hotel barato, sin los dedos de las manos, el cuerpo quemado y un tiro de gracia entre ceja y ceja. Según los medios, te mataron por drogadicta, por querer robarle coca al narco, yo sé que es mentira, lo hacen para vender más, yo te conocía, nunca te drogabas, es más, ni un cigarro y ni una chela te echabas.
Ve cómo terminaste, en un panteón feo y jodido con un entierro del mismo calibre, eso es lo que un sastre puede pagar; pensé que vendría tu familia o algún amigo, ahora veo que eso de que sólo me tenías a mí era verdad. Ve cómo terminamos Rosita, tú, tres metros bajo tierra, yo, hablando sólo en un panteón, con la esperanza de que me estés escuchando aunque eso no sea posible.
Ahora pienso que si te hubiera pedido matrimonio, hubieras dicho que sí, y no estaríamos aquí en el cementerio, estaríamos en Acapulco disfrutando de la luna de miel. Estaríamos allá, en lugar de acá. Tú estarías pidiéndome que fuéramos a nadar al mar y yo me negaría para después aceptar, pero ve Rosita en lugar de eso tú estás en un féretro barato no escuchando nada y yo estoy parado frente a tu tumba llorando y hablando como un loco…