El encargo fue agarrar al pelón, moreno y con unos kilos de más que vive en Chipitlán, a lado de la secundaria, allá en Cuernavaca. El jefe nos pidió al caguamo y a mí que lo venadeáramos por una semana, para saber sus horarios. Cuando le informamos al jefe que ya sabíamos en qué la movía ese cabrón, nos dijo que lo raptáramos y lo lleváramos a una casa de seguridad que estaba a diez minutos de ahí. Fue el lunes a las doce de la noche, a esa hora llegó toda la semana anterior, cuando se bajó de su bocho amarillo del 91, un coche feo para un hombre feo. Estábamos estacionados justo enfrente de su casa, él no sospechó nada, pues no intentó huir; nos acercamos a él y le dijimos que nos acompañara, lo dijimos de esta forma por mamomes, bien pudimos llegar, meterle un cachazo en la cabeza y llevárnoslo; pero no, sólo dijimos que nos acompañara y él aceptó, sin más ni más.

Por lo regular cuando le vendas los ojos alguien que está siendo secuestrado se pone frenético, comienza a gritar y rogar por su vida, nos prometen dinero, coches o casas; pero este carnal no dijo nada, iba callado y sereno; fue la primera, y yo creo que la última vez que veré a alguien tan sereno cuando lo secuestran. Ya en la casa de seguridad le metí una golpiza, no me lo ordenó el jefe, pero me dio coraje que no estuviera espantado.

Lo tuvimos ahí en la casa casi tres semanas sin recibir órdenes, era muy aburrido ver al hombre amarrado a una silla, así que los primero días, para divertirnos con él lo picábamos con alfileres en todo el cuerpo, a veces cuando le hablábamos y no contestaba lo orinábamos o le dábamos toques en los pezones. Pero después de la primer semana ya no nos causaba gracia hacer esas pendejadas. Fue el jueves de la segunda semana cuando él solito comenzó a platicarnos porqué pensaba que estaba secuestrado; nosotros no sabíamos, ni nos interesaba, sólo cumplíamos la orden. Nos dijo que conocía al jefe porque habían ido juntos a la primaria, y que necesitaba una gran suma de dinero, algo así como medio millón de pesos, y que entonces recurrió a su amigo de la primaria. Le pregunté en qué, un hombre como él, se gastaría medio millón, la respuesta me dio mucha risa, casi me meo, el muy idiota le compró un carraso a una vieja con la que salía, y el muy idiota lo puso a nombre de la vieja, cuando la ésta tuvo el coche, se peló y el pendejo se quedó solo y sin coche, no explicó que tenía pensado pagarle al jefe, y que se había quedado sin empleo. La verdad me dio mucha risa su caso, pobre diablo.

Después de eso no volvió a abrir la boca hasta la semana entrante, habló por un par de horas conmigo, antes de que llamara el jefe para darnos órdenes. Lo que me dijo hizo que sintiera lástima por él. Me contó que estaba solo hace más de un año, que su esposa lo había dejado por su mejor amigo, que su hijo no le contestaba las llamadas, y que lo peor de todo es que no sabía si de verdad era su hijo, pues se parecía más a su mejor amigo que a él, que no tenía empleo, tampoco cabello, y tenía sobre peso,  que hace más de 15 años que no cogía, y que lo peor de todo es que era impotente a sus 45 años por tanto cigarro y alcohol que se metía por las noches. Recuerdo perfectamente lo que me dijo antes de que se callara, “la muerte es lo más digno que le puede pasar a un hombre tan miserable como yo”.

Después llamó el jefe, me dijo que le perdonaría el medio millón a su “amigo”, pero que le hiciera algo que lo volviera miserable el resto de su vida, que lo torturara y que después lo dejara libre. Yo sabía lo que tenía que hacer; soy una buena persona, era obvio que el hombre quería morir, y lo hubiera complacido, pero esa no era la orden. Así que cogí una silla, la puse de frente a la suya, saqué mi pistola y se la puse en los huevos, puse mi cara muy cerca de la de él y le dije al oído las palabras, que estoy seguro, lo torturaron y lo hicieron miserable:

-Lo siento mi chavo, hoy no te vas a morir.

Después de estas palabras se soltó a llorar, y comenzó a gritar que lo matara por favor, no dejaba de gritar, me irritó demasiado y le metí un golpe en la cara que lo desmayó; después de eso lo trepé a la camioneta y lo fui a tirar en medio de una carretera. Sé que hice bien mi trabajo, dejarlo vivir era la forma más adecuada para hacerlo sufrir….