Va una semana y aún sigue hediendo. Debería haber desaparecido ya el olor; las calles siguen siendo un completo desastre. La universidad sigue cerrada, y no he podido ver a Anita; espero que ningún techo le haya caído encima y su cuerpo sea uno de esos que están envueltos en bolsas de basura en la esquina de alguna esquina de la ciudad.
Maldito 19 de septiembre, un día horrible si me lo preguntan. En ese día se le ocurrió a las casas derrumbarse y a los edificios bajar hasta el piso. Saben, ver como Tlatelolco se derrumbaba no me perturbó en lo más mínimo, me gustó mucho ver como los edificios caían y a la par el pánico invadía a las personas. Los gritos retumbaban en mis orejas y en el suelo mis pies vibraban y me hacían trastabillar, fue una sensación de placer sin descripción. Estoy seguro de que ustedes también lo sintieron, también les gustó y pensaron que es lo más hermoso del mundo. No se mientan, no sean hipócritas, ver a la gente entrar en pánico es lo mejor que en sus pinches tristes vidas verán, y lo saben muy bien.
Saben, he de confesar que el hedor de los muchos muertos por el benévolo temblor me comienza a gustar, me gusta cuando inhalo y mis pulmones se llenan de mierda, así todo está completo, mierda en todos lados, hasta dentro de mí… Me hubiera encantado haber muerto bajo un techo, puta madre que venía saliendo del metro, pero sí, me hubiera gustado haber muerto para que fuera parte del olor a muerto, y así, como yo, otros disfrutaran de tener mierda dentro de ellos y sentirse completos, y yo ser parte de la mierda que completa, la sociedad, que hermoso sería, ¿no lo creen?