Pobre doña Lulú, de verdad que me encantaba el pozole que hacía, no debió ponerse al brinco; bueno al principio sí, pero después no, con esos cabrones no se juega. Doña Lulú ya estaba grande, yo creo unos 78 sí tenía, vendía pozole a dos cuadras de mí, yo iba cada fin de semana a deleitarme con sus ricas tostadas de pata y esa majestuosa sopa de maíz.

En el pueblo donde vivo la cosa está jodida, muertes por aquí, muertes por allá; narcos y sicarios paseando por todos lados. Los muy hijos de la chingada, los narcos, comenzaron a pedir dinero a los comerciantes, algo así como un pago para protegerlos, la verdad es que esos culeros no protegían ni a su pinche madre. Desde hace casi ya tres años habían empezado con eso; doña Lulú se había salvado, yo creo que su vejez la volvía inmune a la extorsión, pero ese escudo se le acabó.

Hace un mes, exactamente, llegaron dos camionetones al local pozolero, el de doña Lulú pues; traían armas, nadie chistó, pa’ qué, hubiera perdido la vida el valiente que lo hubiese intentado. Al principio los ocho cuates que descendieron de los vehículos sólo comieron pozole, al finalizar corrieron a todos los que estaban ahí. Cuando toda la gente se fue, los matones le pidieron 20,000 pesotes al mes para que la vieja pozolera pudiera trabajar; ella, enfurecida y ofendida, sin temor a que la mataran los mandó a la chingada, les dijo que no les iba a pagar un centavo, que no tenía por qué, los malandrines no le hicieron nada, solamente callaron; se retiraban del local y uno de ellos se regresó, le dijo a la señora que admiraba como es que se había negado a pagarles; que ellos estaban de acuerdo en que no les pagara, pero que les hiciera varios litros de pozole, que ellos le llevarían la carne, y ella aceptó, pensó que era una buena forma de hacerse amiga de ellos.

Al día siguiente llegaron los matones, con una hielera llena de carne, doña Lulú les dijo que mañana mismo tendrían su pozole, ellos se fueron. En la noche cuando doña Lulú abrió la hielera para preparar el encargo, se topó con que no había carne, sino las manos y la cabeza de su único  hijo, a quien no veía desde la mañana.

Doña Lulú cerró su negocio, se dio cuenta que esos cabrones no se andaban con jueguitos. A los tres días la doña murió de causas naturales, un paro respiratorio. La verdad me disgusté mucho por lo que le hicieron a la anciana, ella no merecía eso, yo soy policía municipal, y si no fuera porque esos culeros me dan un buen varo para no hacerles ni madres, ya los hubiera agarrado….